El neoplatonismo tiene su origen en Saccas, maestro de Plotino, de Longino y de Orígenes. Sabemos que su infliencia en el primero de ellos fue decisiva y profunda, comparable quizá a la de Sócrates sobre Platón. Pero no podemos saber en qué consistió, porque no escribió nada y las obras se sus discípulos se han perdido.
En el año 244 Plotino se instaló en Roma y abrió una escuela. Su enseñanza fue solo oral durante mucho tiempo, hasta que se decidió a ponerla por escrito en una serie de tratados que se publicaron bajo el nombre de Enéadas. Su prestigio en Roma fue muy grande y entre sus admiradores se encontraban emperadores y políticos.
El pensamiento de Plotino es un gran sistema que abarca la realidad toda del cosmos y el hombre. Su inspiración principal es platónica, pero hay también elementos estoicos, aristótelicos y cristianos. Sin pretenderlo es uno de los pensamientos más originales y profundos de toda la Antigüedad.
Plotino no quiere entender el mundo visible que le rodea, que tiene para él muy escaso interés; lo que le interesa es el mundo inteligible (de las ideas). El planteamiento es exactamente inverso al dominante en la actualidad. Ante una realidad cualquiera (un cuerpo vivo) tendemos a analizarla y reducirla a sus elementos más simples, explicando lo superior por lo inferior. Plotino hace estrictamente lo contrario: solo se interesa por lo superior (el alma) porque lo inferior (la materia) no es para él más que un pálido reflejo de lo primero.
El punto de partida es la unidad absoluta: el Uno. El Uno es el origen de todas las cosas, en cierto modo el arkhé. Pero no se trata de un principio abstracto o numérico, es el principio porque la unidad es más que la pluralidad. Donde hay una pluralidad, donde pueden distinguirse partes, tiene que haber, según Plotino, una unidad superior que la explique.
Por eso el Uno no puede ni siquiera identificarse con el ser. Ser supone ya un distinción: de un qué y un quién, de una esencia y una inteligencia. El ser y el uno no son intercambiables o convertibles. Se puede decir del Uno que es la simplicidad absoluta. Se puede decir que es el Bien; pero cuando se dice que el Uno es el Bien se lo considera desde lo que no es él mismo: si el Uno es el Bien, lo es para lo que no es él, para todas las cosas que lo necesitan.
El Uno se basta a sí mismo, se ocupa solo de sí mismo; si crea o produce algo es pro desbordamiento, sin proponérselo, como la luz que no puede dejar de alumbrar. Y ¿por qué hay Uno? ¿de dónde procede? El Uno no está ahí sin más, sino que se pone, crea o produce a sí mismo; en cierto modo como la vida o el pensamiento. Pero el Uno, a diferencia de la vida, existe sin ningún tipo de condicionamiento, solo porque quiere existir; es libertad absoluta.
Del Uno procede un segundo principio que Plotino llama Noûs, palabra difícil de traducir. Puede traducirse aquí por Espíritu o Inteligencia. Con el Noûs entramos en el ámbito del pensamiento, el ser y la conciencia. En el Uno todo es indiferenciación; con el pensamiento las cosas empiezan a diferenciarse y se distingue no solo entre unas cosas y otras sino también entre el ser de las cosas y el pensamiento. Habría que decir que la Inteligencia o Noûs contempla las ideas, y a sí misma, en el Uno; por su mismo ser consiste en contemplación del principio.
El tercer principio procede del Uno y del Noûs, es el Alma. Con el Alma nos alejamos un grado más del Uno y descendemos otro escalón. Con el Alma el Espíritu se distiende o relaja, aunque sin llegar todavía al extremo de la Materia. El Alma está entre ambas, entre el Espíritu y la Materia, tocando a ambos por sus extremos, pero sin confundirse con ninguno de los dos. En el Espíritu todo es intuición inmediata, conexión lógica. En el Alma no hay inmediatez ni transparencia, lo que hay es vida, tiempo.
La Materia, el cuarto principio ocupa un lugar peculiar. No es un principio increado y eterno, sino un principio procedente del Uno y por tanto del Bien, pero tan degradado que puede llamarse malo. La Materia está ya tan debilitada en su ser que no puede por sus propias fuerzas volverse a la contemplación de su fuente.
En medio de un mundo así concebido, la única forma real de liberación es la huida, la vuelta al origen. Los caminos son varios: la virtud, el amor, la dialéctica. Pero todos confluyen en una misma dirección que lleva a la sencillez, el despojo y la unión con el Uno. Esta unión puede alcanzarse por medio del éxtasis.
BIBLIOGRAFÍA
AAVV. Historia del pensamiento filosófico y científico. Antigüedad y Edad Media. 1ª Edición. Barcelona: Herder, 2010. pp. 299-310.
PADILLA MORENO, J. Historia del pensamiento antiguo y medieval. 1ª Edición. Madrid: CEF, 2016. pp. 131-136.
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