El estoicismo

El estoicismo es un ejemplo excelente de la nueva situación espiritual. En Atenas funda Zenón su escuela, la Estoa. Todos los esoicos del siglo III a.C. son metecos (extranjeros), que aportan a la filosofía influencias orientales, visibles en la idea de Dios. El Dios de los estoicos está presente entre los hombres, todo lo dispone con su providencia y a todo alcanza con su poder. Es una nueva idea de la divinidad con aires semíticos. Además, Dios se identifica con la razón, pero una razón diferente: no se opone a los sentidos ni los trasciende.

Busto de Zenón en Atenas (Grecia).

LÓGICA.

Los estoicos son sensualistas, para ellos el conocimiento empieza y acaba en los sentidos. Conocemos porque las cosas nos dejan impresa su huella o imagen en el alma, como el sello en la cera. Esta primera imagen es infalible porque es directa. Las sensaciones pues, son infalibles.

De las sensaciones se llega a la ciencia a través de pasos sucesivos, sin que se produzca ningún salto cualitativo. Se llega a la ciencia por medio de asociaciones y comparaciones de sensaciones que alcanzan solidez al confirmarse y apoyarse unas en otras.

En torno a las nociones comunes (el bien, lo bello, los dioses) hay una cierta vacilación. Unas veces se dice que son innatas, otras que se crean espontáneamente…

FÍSICA.

La física está íntimamente ligada a la lógica. El mundo es material, está constituido por cuerpos. Incluso la razón es algo corporal. Si todo está formado por los cuatro elementos, la razón sería el fuego, mezclado con todo lo demás y que todo lo penetra. Entre razón y materia hay una oposición absoluta. La materia es pura pasividad; la razón es activa, todo lo rige, todo lo gobierna: como la naturaleza, como Dios.

Hay una contradicción en esto. Todo es racional, no se trata aquí de la imagen de un orden ideal: la materia está enteramente sometida al poder de la razón, no hay en el mundo residuo de irracionalidad. La razón todo lo gobierna. Sin embargo, la razón es un cuerpo más.

ÉTICA.

La naturaleza, el destino, la razón, Dios: todo es uno y lo mismo para Zenón. Si todo es necesidad ¿qué lugar queda para la ética? Por extraño que parezca, los estoicos reconocen y reivindican la libertad del hombre.

La razón humana, que es parte de la razón universal, consiste en el asentimiento a las representaciones. A la parte más elevada del alma solo le cabe prestar su asentimiento a la representación y a la iniciación. A partir de aquí elaboran los estoicos su ética.

La ética es la parte más importante de la doctrina estoica. Tiene su eje en la racionalidad: la virtud, el bien, la felicidad… se identifican con la razón. El hombre virtuoso, el sabio, es el que vive según la razón, pero ¿qué significa esto para un estoico?

El estoico afirma que el bien del hombre está en vivir según su naturaleza. Cree firmemente en la necesidad de todas las cosas, en el destino. Las cosas son como son, no pueden ser de otro modo, y son buenas porque son racionales. Las inclinaciones llevan al hombre a la autoconservación; esto es conforme a la razón y conforme a la naturaleza. Pero en la medida en que estas inclinaciones se adecuan solo a nuestra razón y nuestra naturaleza dejan de ser buenas.

Las pasiones implican un juicio falso. El dolor físico, por ejemplo, en cuanto a tal no es un mal; es racional. En cambio, la tristeza o sufrimiento moral por el dolor sí lo es, porque dimana de la no aceptación del dolor, es decir, del no asentimiento, de un juicio falso.

En esta moral no hay lugar alguno para los deseos y los placeres; estamos en la antítesis del hedonismo. La moral consiste íntegramente en la aceptación resignada del destino, al que se puede llamar Naturaleza, Razón o Dios. Pero esta resignación es la afirmación complaciente y gozosa del mundo. La moral estoica invita a la acción y el cumplimiento de los deberes cívicos.

BIBLIOGRAFÍA

AAVV. Historia del pensamiento filosófico y científico. Antigüedad y Edad Media. 1ª Edición. Barcelona: Herder, 2010. pp. 224-237.

PADILLA MORENO, J. Historia del pensamiento antiguo y medieval. 1ª Edición. Madrid: CEF, 2016. pp. 95-100.

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