Sócrates no se entiende sin los sofistas, lo primero que hay que tener presente es que son contemporáneos. Coincide con ellos en muchas cosas, sobre todo en su desinterés por las especulaciones cosmológicas y su atención a los asuntos humanos y morales. Pero hay una diferencia entre ellos: Sócrates se preocupa poco del éxito y no está dispuesto a renunciar a la verdad, por eso se dice que con Sócrates la filosofía inicia una segunda navegación.
Nació en Atenas en el siglo V a.C., a pesar de su pasado militar y su gran resistencia física, Sócrates gustaba de ir por calles y plazas hablando con la gente, produciendo un efecto entre inquietante y seductor. A diferencia de los sofistas, Sócrates no cobraba por su enseñanza y no llegó a escribir nada, por ello, a la hora de hablar de Sócrates encontramos el gran problema de las fuentes. Hay que contrastar la imagen que da Platón de Sócrates (el cual lo usa para expresar sus propias ideas) con Aristófanes y Jenofonte.
Sócrates profesaba no tener ninguna doctrina, de hecho decía no saber nada. Cuando hablaba con la gente no disputaba, no quería convencer a nadie; no quería juzgar ni que lo juzgaran. Más que de una doctrina, Sócrates es el responsables de un método, al que cabe referirse como dialéctica, ironía o mayéutica.
Era en el juego dialéctico donde Sócrates mostraba su famosa ironía. La ironía consiste en no decir las cosas directamente sino por medio de una ficción o falsedad, con la intención de que se nos entienda. La ironía socrática consiste en adoptar el diálogo del punto de vista de su interlocutor, haciéndolo propio, manifestando a veces gran admiración y deseos de aprender de él; para luego poner de manifiesto, con su lógica implacable, las numerosas contradicciones que encierran y ante las cuales finge sentirse desconcertado y perplejo.. El interlocutor no solo se siente refutado sino también burlado.
Todas las ironías de Sócrates se resumen en una: “solo sé que no sé nada”. Un oráculo de Apolo había afirmado de él que era el hombre más sabio. Sócrates, irónicamente, se propone demostrar lo contrario. Va entonces preguntando a todo el mundo qué son las cosas y encuentra que nadie lo sabe… pero creen saberlo. Y llega así a la conclusión: yo al menos sé que no sé; con lo que se prueba la verdad del oráculo.
Sócrates parte de la afirmación del ser de las cosas, al que se puede llegar por el camino de la verdad. Esto es eleatismo. Pero Sócrates va más allá: no solo afirma que las cosas sean, sino que se pregunta además qué son, quiere distinguir unos seres de otros. Para hacerlo existe un único argumento: la razón.
Con todo, no es fácil saber a qué atenerse. En muchos casos la razón no ilumina con claridad las acciones de los hombres. Sócrates habla de un demonio o genio, una voz divina que, desde niño, se deja oír, no para decirle qué debe hacer sino para impedirle hacer algo que esta a punto de hacer. Se ha discutido mucho acerca del demonio de Sócrates, sin llegar a una interpretación definitiva.
BIBLIOGRAFÍA
AAVV. Historia del pensamiento filosófico y científico. Antigüedad y Edad Media. 1ª Edición. Barcelona: Herder, 2010. pp. 85-100.
PADILLA MORENO, J. Historia del pensamiento antiguo y medieval. 1ª Edición. Madrid: CEF, 2016. pp. 43-47.