Juan Duns Escoto separa definitivamente razón y fe, filosofía y teología. La razón no es para él esa razón única, identificada con la iluminación divina, de la que hablaban los agustinianos de la escuela franciscana, ni una instancia autónoma pero orientada y supervisada por la fe como pensaban los tomistas. La fe y la razón son independientes pero no pueden oponerse por la sencilla razón de que no pueden hablar de lo mismo; ni siquiera desde distinto punto de vista.
El objeto de la teología son las verdades de la fe y estas no pueden entenderse ni mucho menos explicarse racionalmente. No pueden demostrarse, solo cabe creerlas. Estamos en el extremo opuesto a la actitud de san Anselmo. Por otro lado, la lista de verdades que pueden conocerse por la fe y la razón queda reducida a casi nada: ni de la creación del mundo ni de la encarnación de Dios ni de la inmortalidad del alma podría la razón tener certeza si no fuera por la fe; ni siquiera de los atributos fundamentales de Dios, como su bondad y omnipotencia. De todo esto podemos tener conocimiento únicamente por la fe.
Solo la existencia de Dios es racionalmente demostrable. Duns Escoto está dispuesto a admitir el argumento ontológico de una condición: que el ser tal que no pueda pensarse otro mayor sea posible, no contradictorio. Para probar que este ser infinito es posible recurre a la teoría de la contingencia, la tercera vía de Santo Tomás pero que Duns Escoto modifica. Que los entes finitos existen es evidente y no necesita demostración. Ahora bien, de la existencia de los entes, que son contingentes, no se puede inferir sin más la existencia de un ser necesario, en cambio se puede inferir como necesaria la posibilidad de la existencia de dichos entes. Dicho de otro modo, si el ente infinito no existiera, no sería posible.
La existencia de Dios es un tema que compete a la filosofía porque la filosofía se ocupa del ser en cuanto tal y Dios no es sino el ser infinito, el ser en pleno sentido. El concepto de ente no es ni puede ser análogo porque es el más simple y unívoco de los conceptos. Un concepto es unívoco cuando no se puede afirmar y negar al mismo tiempo de una cosa y también porque es simple.
El ser es para Duns Escoto el objeto propio de la inteligencia, como el color lo es del ojo y el sonido del oído. Todo lo que la inteligencia capta lo capta como ser. Todo lo que es entra dentro de su ámbito. Y la filosofía, como disciplina que se ocupa del ser en el sentido más general, tiene por eso un horizonte universal, pero al mismo tiempo de una extrema pobreza, porque el de ente es el concepto más simple y el más vacío de contenido.
Por otro lado confiere a la materia una cierta consistencia que la hace independiente de la forma. Para Duns Escoto la materia tiene una actualidad propia, lo que hace de la unidad sustancial un compuesto problemático. En cualquier caso, Escoto se opone a la doctrina aristotélica de la individualidad y considera insuficiente la doctrina platónica al respecto. El individuo no puede ser una mera determinación concreción de la especie por la materia, que sería la que haría de él un ente numéricamente distinto de cualquier otro individuo; esto supondría que todos los individuos compartirían la misma forma y serían ininteligibles (incomprensibles), ya que solo las formas son inteligibles (comprensibles). Pero Duns Escoto reivindica toda individualidad, no solo la del hombre. Todo ente individual tiene para él una razón de ser propia, distinta de la especie y de la materia, que no es razón alguna. La individualidad no viene dada al ente individual por ninguna determinación negativa o accidental, sino que todo individuo lo es por una determinación positiva consistente precisamente en ser este.
La individualidad del alma no es ni puede ser algo puramente accidental. El alma humana es indivisible y no forma parte de ningún todo. Podrá ser por otro o con otro, pero no en otro.
BIBLIOGRAFÍA
AAVV. Historia del pensamiento filosófico y científico. Antigüedad y Edad Media. 1ª Edición. Barcelona: Herder, 2010. pp. 518-530.
PADILLA MORENO, J. Historia del pensamiento antiguo y medieval. 1ª Edición. Madrid: CEF, 2016. pp. 253-257.