- LAS UNIVERSIDADES.
Las escuelas de las principales ciudades se organizan y forman, a comienzos del siglo XIII, las universidades. Las primeras y más importantes serán las de París y Bolonia, aunque en seguida surgirán otras muchas: Oxford, Padua, Salamanca, Toulouse… Universidad no significa sino agrupación de todas las escuelas, incluyendo alumnos y profesores, que se dotan de unos estatutos para organizarse y defender sus intereses, como un gremio o corporación más de los muchos de artesanos o comerciantes que entonces se hacían fuertes. Se establece así un plan de estudios regulado, con lecturas obligatorias, exámenes, grados, diversas facultades, exenciones y el privilegio del monopolio.
La Universidad de Bolonia tendrá un papel importantísimo, pero limitado al derecho. La de París, en cambio, jugará un papel capital en la teología y filosofía. Ambas dependen del papado, que es a comienzos del siglo XIII, sin ninguna duda, la fuerza espiritual, social y política dominante. Ninguna de las dos son meras instituciones locales. La de París es reconocida por Inocencio III como la universidad teológica por excelencia de la Iglesia, y se constituye desde luego como baluarte de la ortodoxia. Pero el hecho de situarse en una ciudad tan llena de vitalidad, dependiente en lo secular del rey de Francia y lejos de Roma le conferirá un amplio margen de libertad y maniobra. Hasta el punto de que se ha podido decir que llega a constituir un tercer poder junto al pontificado y el imperio.
- LAS ÓRDENES MENDICANTES.
Durante el siglo XII brotan y se difunden movimientos de protesta y reforma eclesial, más o menos heterodoxos, algunos tan graves como el de los cátaros. En buena medida como consecuencia de ellos y en respuesta a ellos surgen a comienzos del siglo XIII las órdenes mendicantes: dominicos y franciscanos. Los dominicos, fundados por Domingo de Guzmán (1170-1221), nacen con el propósito declarado de combatir la herejía por medio de la predicación y se organizan desde el primer momento a escala europea como fuerza especializada en el estudio de la teología; lo que los sitúa pronto al frente de la Inquisición. Los franciscanos, fundados por Francisco de Asís (1182-1226), nacen sin vocación intelectual y sin un claro objetivo, como una manera de canalizar los poderosos movimientos que propugnaban el retorno de la Iglesia a la pobreza evangélica; pero rápidamente se convierten también en una impresionante organización internacional, con gran implantación en las universidades. Ambas órdenes, implantadas casi exclusivamente en las ciudades, serán refugio y morada perfecta para intelectuales. Pronto, no sin polémica, su presencia será preponderante en las aulas.
Hay, desde el primer momento, entre dominicos y franciscanos, una emulación y competencia que tendrá las mayores consecuencias. Pronto compiten ambas en la obtención de cátedras universitarias. De las cuatro de teología que había en París, desde 1231, en contra de lo establecido en los estatutos, corresponde una a cada una de las órdenes mendicantes. Y en el terreno de las ideas se forman dos corrientes bien definidas y enfrentadas, que se estimulan y enriquecen al mismo tiempo, elevando la tensión y el nivel intelectual. Casi sin excepción, los mejores pensadores de la época pertenecerán a una u otra.
En el seno de la orden franciscana hubo siempre resistencia a la vida intelectual; y cuando, en parte por contagio de los dominicos, se dedicaron al estudio y la enseñanza, se planteó vivamente para ellos el problema del encaje de la razón en una espiritualidad como la suya, de marcado carácter emocional. Las nuevas pretensiones de la razón aristotélica no fueron bien recibidas. Aunque aceptando el diálogo con Aristóteles y aprovechando algunas de sus ideas, los franciscanos en conjunto se mantendrán fieles a la tradición platónico-agustiniana enriquecida con nuevas aportaciones. No obstante, siendo conservadores en esto, hay en su forma de pensamiento, más voluntarista que racional, más atenta a la naturaleza concreta que a la abstracción especulativa, importantes anticipaciones del futuro.
El primer pensador destacado en las filas franciscanas será el inglés Alejandro de Hales, que era ya catedrático de teología en París cuando ingresó en la orden en 1236. Su obra más importante es su Summa de teología, que sigue los planteamientos generales del agustinismo de San Anselmo, San Bernardo y los victorinos. Su principal valor está en la cantidad de elementos e ideas que incorpora a su síntesis, que asienta las bases metodológicas de las futuras summas.
BIBLIOGRAFÍA
AAVV. Historia del pensamiento filosófico y científico. Antigüedad y Edad Media. 1ª Edición. Barcelona: Herder, 2010. pp. 416-423.
PADILLA MORENO, J. Historia del pensamiento antiguo y medieval. 1ª Edición. Madrid: CEF, 2016. pp. 225-228.