¿Qué queda del Imperio Español en Filipinas?

De Madrid a Manila: el legado material e inmaterial de España en Filipinas.

Aunque fue, quizá, la menos mimada de las colonias de ultramar, Filipinas siempre se configuró como una de las piedras angulares del Imperio español. Olvidada por parte de autoridades y académicos tras su pérdida en 1898, uno de los tantos motivos que favoreció la sistemática eliminación de todo rastro español por parte de los estadounidenses, en los últimos años ha vuelto a ponerse en valor el legado español en Filipinas por parte, precisamente, de diferentes sectores de la cultura en España, gracias a obras como Los últimos de Filipinas, de Miguel Leiva y Miguel Ángel López (Actas, 2016), Defensa de Baler: Los últimos de Filipinas, de Félix Minaya y Carlos Madrid (Espuela de Plata, 2016), películas como Los últimos de Filipinas de Salvador Calvo (2016), o el cómic del mismo nombre editado por Cascaborra en 2020.

De hecho, en la práctica, no muchos filipinos conocen el origen de palabras que emplean a diario, e incluso de sus propios nombres y apellidos, así como el de algunos de sus monumentos o lugares de interés más relevantes, convertidos actualmente en grandes atracciones turísticas.

Filipinas perteneció, durante casi cuatro siglos, al Imperio español, siendo una de las posesiones más remotas de ultramar, junto a las Marianas y las Carolinas. La pérdida del archipiélago, durante la guerra contra Estados Unidos en 1898, acarreó, por parte de los estadounidenses, la citada eliminación de cualquier tipo de legado español en las islas, incluyendo entre ellos la cultura y, por ende, el idioma. Empero, algunos de estos vestigios siguen presentes en Filipinas, como fieles testigos de la historia.

  • ANTECEDENTES DE LA GUERRA DE 1898

Para España, la pérdida de Cuba, Filipinas, Puerto Rico y otros territorios de ultramar en 1898 supuso un punto de inflexión en su historia, en su proyección internacional y en su concepto como tal, ya que el maltrecho Imperio español desaparecía de forma oficial, aunque lo había hecho oficiosamente desde la emancipación de las colonias americanas durante los primeros compases del siglo XIX.

El Desastre del 98, que es como la historiografía ha denominado a este proceso, es, posiblemente, el hecho histórico que mejor explica la deriva de España desde entonces hasta nuestros días, y el mismo no es más que la consecuencia de un reinado apático y corrupto como lo fue el de Carlos IV (1788-1808). Desde la independencia de Estados Unidos (1784), los imperios europeos, sobre todo al respecto de sus colonias de ultramar, vieron seriamente amenazada su hegemónica posición, dado que la Guerra de la Independencia de Estados Unidos (1775-1783) no solo sentó un importante precedente, sino que se convirtió en una cuestión internacional, en la cual pujaron la mayor parte de potencias europeas del siglo XVIII.

El, por entonces, Imperio español se sumó a la causa estadounidense y participó, de forma activa, junto a Francia, en la expulsión de los británicos de la costa este de América del Norte. Este hecho, que marcó el nacimiento de Estados Unidos, de una de las mayores potencias económicas y militares de nuestra historia reciente, se volvería en contra de los españoles, ya que los propios británicos les devolverían la moneda apoyando logísticamente a los independentistas hispanoamericanos, llamados patriotas, con incluso mayor efectividad que en el caso de la independencia de Estados Unidos, suponiendo esto la efectiva expulsión de los españoles de la mayor parte de América en 1833.

A pesar de los vanos intentos de recuperar posesiones y peso político en la zona, el maltrecho Imperio español perdió un enorme peso internacional, motivado por la desidia de sus ciudadanos y el convulso, así como absurdo, panorama político durante todo el siglo XIX, plagado de militares y políticos corruptos, junto a ineficaces monarcas, dinamitando no solo el patrimonio territorial, sino también el cultural, en cuyas últimas colonias casi todo rastro de herencia española fue eficientemente eliminado por parte de los nuevos colonizadores.

Posesiones españolas en 1898.

Es un hecho que, desde la segunda mitad del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, los procesos de descolonización, de forma lógica, se intensifican, expulsando a las potencias europeas de los mismos a través de procesos de emancipación que dan lugar a un nuevo mapa político. Sin embargo, el error de los españoles no solo radica en la forma en la que se producen estos procesos de emancipación, sino en la poca habilidad para gestionar las relaciones internacionales con los nuevos países, así como la herencia social y cultural dejada en los mismos.

Ello se debe a los serios problemas internos que arrastró el «Imperio» español desde la Guerra de Independencia (1808-1814), pero también al poco honroso trabajo realizado por la Inquisición española. Carlos III (1759-1788) dejó a todo el Imperio, y en concreto a la península ibérica, a las puertas de formalizar el necesario abrazo a la modernidad que precisaba España. Sin embargo, su magno proyecto dio al traste con la llegada de su hijo, Carlos IV, al trono de la Monarquía Hispánica. Alejado y ajeno a las ideas de la Ilustración, el quinto Borbón que se sentaba en el trono español parecía más preocupado por las intrigas palaciegas y los turbios asuntos de María Luisa que por gobernar el extenso territorio interior y de ultramar. La desidia de su reinado se tradujo en la dejación de responsabilidades y en el empeoro de la, ya, débil unidad del territorio, cuya cohesión comenzaría a resquebrajarse antes de la llegada de los franceses a la península ibérica.

Por otro lado, aunque la Inquisición española había perdido muchísimo poder a lo largo de los siglos, y sobre todo con Carlos III, seguía funcionando como órgano censor, lo cual propició un innegable retraso cultural en todos los territorios que los españoles controlaban. Mientras la ciencia, la filosofía y la política copaban las principales producciones académicas en Francia, el imperio británico y Estados Unidos, en España se seguía con una mentalidad acorde a los años más importantes del Siglo de Oro. Bien es cierto que la Inquisición realizaría pocos autos de fe en el último tramo del siglo XVIII y comienzos del XIX, pero también es cierto que la censura literaria y científica imaginó un país ciertamente torpe en ciencia, tecnología, literatura, filosofía, Derecho e, incluso, religión.

Batalla naval de Santiago de Cuba, por Ildefonso Sanz Doménech. En esta batalla, España perdió todos los buques que participaron en la misma, mientras que Estados Unidos no perdió ninguna de sus naves.

La pérdida de los territorios hispanoamericanos relegó a España a un más que merecido segundo plano en materia de política internacional, con unos pocos territorios en ultramar, entre los que se destacaron Cuba, Puerto Rico y Filipinas, aunque todavía preservaba algunos más, en África, Asia y Oceanía.

  • EL DESASTRE DE 1898

Estados Unidos se había convertido en una potencia económica, militar e industrial en poco menos de un siglo. Las originales Trece Colonias británicas supieron aprovechar el potencial del vasto territorio que les quedaba al oeste e iniciaron una importante política exterior que mostró su cara más agresiva durante la Guerra hispano-estadounidense  de 1898. Resultaba evidente que Estados Unidos no tenía ninguna simpatía por España; aquel país que ayudó a su independencia languidecía como un atrasado país europeo cuyos territorios de ultramar, a excepción de Cuba, parecían abandonados a su suerte. Esto dejaba estratégicos lugares como Cuba, Puerto Rico y Filipinas a merced de las modernas flotas que estaban conformando países como Alemania, Francia, Gran Bretaña, Japón y, por supuesto, el propio Estados Unidos.

Aunque España apostaba fuertemente por Cuba -el primer ferrocarril del Imperio unió La Habana con Güines-, su política con respecto a los nacionalistas cubanos, brevemente esquilmada con el sistema de trochas de Valeriano Weyler, le hizo ganar un buen número de enemigos dentro de la isla, muchos de ellos influenciados por Estados Unidos. La lucha de Cuba fue encarnizada, sucia y complicada. En el plano naval, España hizo un importante ridículo, equiparable al de Trafalgar (1805), ya que empleó un buen número de buques desfasados tecnológicamente que fueron carne de cañón para la moderna flota estadounidense, y aquellos más avanzados, al no contar con apoyo, acabaron como un amasijo de acero en el fondo del Caribe. En tierra la situación no fue mucho mejor, puesto que las tropas españolas, a pesar de encontrarse en su territorio, se encontraba mal equipadas y alimentadas, y la mayor parte de los refuerzos nunca llegaron a Cuba por motivos políticos y burocráticos.

En Puerto Rico la situación fue diferente. En esta isla no existía un nacionalismo arraigado por parte de los portorriqueños, entonces españoles. Sin embargo, Estados Unidos sí que tenía importantes intereses en Puerto Rico, y su objetivo no fue, en ningún momento, el de crear un títere como haría con Cuba o Filipinas, sino el de anexionar, por completo, Puerto Rico, aunque sin convertirla en un Estado dentro de su sistema administrativo. El combate en Puerto Rico fue testimonial, así como la resistencia que opusieron las tropas españolas en la isla, que prácticamente entregaron a los estadounidenses después de pequeñas escaramuzas con escasas bajas.

  • EL CASO DE FILIPINAS

Si Cuba fue, en la práctica, un desastre, Filipinas no fue menos. En este conjunto de islas del Pacífico, que llevaban bajo dominio español desde el siglo XVI, el espíritu nacionalista era, incluso, superior al de Cuba o al de las antiguas colonias hispanoamericanas emancipadas durante los años veinte y treinta del siglo XIX. Además, la propia geografía de las islas jugaba a favor de nacionalistas filipinos, terroristas y rebeldes, cuyos atentados hacia las autoridades españolas, antes y durante la guerra, fueron constantes.

Del mismo modo, si una gran parte de los filipinos renegaba de los españoles y el terreno resultaba dificultoso, a ello se añadía que, en la práctica, la cultura española no había arraigado en Filipinas tanto como en Cuba o Puerto Rico. La asimilación de la cultura española siempre fue un problema para los nativos, bien por el arraigo o la dificultad para ello, o bien por la inacción de los propios españoles. De hecho, la Capitanía General de Filipinas dependió, siempre, del Virreinato de Nueva España, hasta que México se independizó en 1821, pasando el testigo, directamente, al Gobierno de España, radicado en Madrid.

Esta centralización, con una España tremendamente convulsa durante el grueso del siglo XIX, desembocó en un cierto abandono de Filipinas por parte de las autoridades, a pesar de que el sistema colonial de los españoles era mucho más inclusivo que el de otras potencias europeas. A ello se añade la galopante corrupción de los gobiernos de la época, con sucesivas alternancias de poder entre oscuros personajes como Antonio Cánovas del Castillo, o Práxedes Mateo Sagasta, irónicamente enterrados en el Panteón de Hombres Illustres, y cuyos nombres ocupan un buen número de calles en toda España.

Posesiones españolas en el Pacífico en marzo de 1898. Fuente: Biblioteca Nacional de España.

Resulta evidente que la desidia y la inacción de los cuestionables personajes que tuvieron en sus manos el destino de España desde el siglo XVIII en adelante, a excepción de Carlos III, tuvo mucho que ver en el poco arraigo de la identidad española en las islas y, por ende, en el surgimiento del nacionalismo filipino. Sin embargo, bien es cierto que en España todavía quedaban un puñado de hombres buenos, artífices de la exploración y colonización de las Carolinas y las Marianas, muy próximas a Filipinas. Además, episodios como el de José Rizal, y su pretensión de convertir a Filipinas en una provincia, le llevó a mantener una constante disputa con los franciscanos y los terratenientes españoles, la cual desembocó en la ejecución de Rizal. También es cierto que no todos los filipinos fueron nacionalistas o mostraron aversión hacia la presencia española, incluso con el constante hostigamiento, en forma de propaganda, por parte de los estadounidenses.

Sea como fuere, a pesar de no ser algo baladí, lo cierto es que los estadounidenses, una vez ganada la guerra en 1898 -despojando a España, en términos efectivos, de sus posesiones de ultramar-, intentaron durante décadas, por activa y por pasiva, borrar cualquier rastro español en Cuba, Filipinas y Puerto Rico. Las dos primeras funcionaron como títeres durante décadas, y Puerto Rico fue directamente anexionada a Estados Unidos.

En Cuba es más que evidente la herencia española, tanto en el idioma, como en las costumbres, la cultura y la arquitectura, entre muchos otros aspectos. No obstante, en Filipinas sí que se realizó un borrado sistemático del legado español por parte de los estadounidenses, aunque, a día de hoy, siguen quedando en el archipiélago algunos vestigios del Imperio, así como una reciente y tímida puesta en valor del mismo por parte de historiadores y autoridades filipinas.

  • LA HERENCIA ESPAÑOLA EN FILIPINAS: EL PATRIMONIO INMATERIAL

La religión (siglo XVI).

En primer lugar, hemos de tener en cuenta que Filipinas es el único país de la zona en el que la religión mayoritaria es el cristianismo, y especialmente el catolicismo, lo cual evidencia la huella española, dado que los países colindantes a Filipinas suelen ser mayoritariamente musulmanes o budistas. De hecho, tal es el fervor católico en el archipiélago, que durante la Semana Santa, muchos de los filipinos, emulando a Jesús de Nazaret, llegan a crucificarse, con clavos de verdad, a una cruz, en la que permanecen durante unas horas. O bien son azotados, con látigos de cuero, durante su penitencia por las calles del municipio de turno.

Crucifixión en Pampanga. Fuente: Unidad Editorial.

Clavos empleados para crucificar a los devotos durante la Semana Santa en Filipinas. Fuente: Francis R. Malasig (EFE).

El idioma (siglo XVI).

Algo parecido ocurre con el idioma, a pesar de que el español fue abandonado, por completo, tras la expulsión de los españoles en 1898. Sin embargo, aunque el inglés y el tagalo son los idiomas oficiales, y los más hablados, este último comparte un gran número de palabras con el español. Palabras como orgullo, tienda, tenedor, flor, amor, belleza, tienda, cosa, o sabroso, que los filipinos emplean en su día a día, la mayoría de las veces sin ser conscientes de ellos.

El español no arraigó en Filipinas como sí hizo en Hispanoamérica o en las colonias españolas en África. Ello encuentra su explicación, al margen de la desidia de la administración española, en el reducido número de españoles que hubo siempre en Filipinas, en torno a 600 colonos por millón de habitantes. No obstante, el español fue lengua oficial en Filipinas hasta 1976, y de enseñanza obligatoria en universidades hasta 1987. Hecho que ha causado, entre otros, que en la actualidad apenas 200.000 filipinos hablen el español.

Caso aparte es el denominado chabacano, extendido por todo el archipiélago, pero especialmente popular en Zamboanga, donde lo hablan más de un millón de personas. El chabacano, al igual que el tagalo, mezcla español y lengua local pero con la salvedad de que, en este caso, predominan las palabras en español sobre las autóctonas. Tanto estadounidenses, tras la guerra de 1898, como japoneses, tras la invasión de Filipinas durante la Segunda Guerra Mundial, intentaron eliminar, sin éxito, el chabacano de entre las lenguas habladas en el archipiélago.

Las fiestas (siglo XVII).

Otro ejemplo de la huella del antiguo Imperio español en Filipinas reside en la celebración de fiestas populares, como es el caso de San Isidro Labrador, patrón de Madrid, que desde 1606 es, de forma efectiva, la capital de España. En el caso de Filipinas, las fiestas en honor a San Isidro, que son especialmente populares en Quezón, aunque difieren sensiblemente de las españolas, ya que los filipinos no se visten de «chulapos» o «chulapas», dado que esta costumbre apareció en España a mediados del siglo XIX, no pudiendo llegar a alcanzar demasiado arraigo en Filipinas.

Por último, al respecto de lo inmaterial, es importante destacar las relaciones diplomáticas entre España y Filipinas desde 1898. La mayor parte de este tiempo, ambos países no mantuvieron ningún tipo de relación, sobre todo por la influencia estadounidense en Filipinas que, de forma oficiosa, convirtió al archipiélago en una colonia.

Sin embargo, desde el inicio de los años 2000, España y Filipinas comenzaron a tener relaciones cada vez más estrechas, que dieron como resultado el establecimiento del Día de la Amistad Hispanofilipina a partir del año 2003, con motivo de la resistencia de los soldados españoles en Baler, uno de los episodios más famosos de la guerra de 1898.

España y Filipinas, por Juan Luna (1886).

La paella, o paelya (siglo XVIII).

El arroz llegó a la península ibérica con los árabes, gracias a las rutas comerciales que mantenían con oriente. Rápidamente, este cereal se convirtió en un elemento esencial en la gastronomía española, con multitud de modos de preparación que han llegado hasta nuestros días, destacándose de entre todos ellos el arroz en paella, llamado simplemente paella.

Con la llegada de los españoles a Filipinas, estos introdujeron gran parte de su gastronomía original en la colonia, siendo en muchos casos mezclada o adaptada a la ya existente en el archipiélago. Ese es, precisamente, el caso del arroz en paella, muy popular en la zona del Levante español y que, gracias al extenso cultivo del arroz en Filipinas, se ha convertido en uno de los platos básicos de su gastronomía.

Paelya filipina. Fuente: Yummy Philippines.

Existen multitud de variantes de la paelya filipina, al igual que existe con la paella valenciana. En el caso filipino, este plato suele incluir huevo duro, chorizo de Bilbao, queso o leche de coco, entre muchos otros ingredientes. En ocasiones, el plato recibe el nombre de «paella nativa» o, simplemente, «valenciana».

La cerveza San Miguel (siglo XIX).

Curioso resulta el caso de la cerveza San Miguel, hoy con sede en la mediterránea ciudad de Málaga (España).

Con la idea de abrir la primera fábrica cervecera en el sudeste asiático, un grupo de españoles, encabezado por Enrique María Barretto de Ycaza, comienza a producir cerveza en Manila, en el barrio de San Miguel, en 1885. En 1890, concretamente el 29 de septiembre, se inaugura oficialmente la Fábrica de Cerveza San Miguel, comenzando su exportación a otras regiones y países de la zona, llegando a destinos comerciales tan importantes como Guam, Shanghái y Hong Kong a principios del siglo XX. Tras la pérdida de Filipinas, los propietarios de la cervecera trasladan su producción y su sede a España, donde permanece a día de hoy. Resulta curioso, sin embargo, que todavía en Filipinas -y países como Estados Unidos-, la cerveza San Miguel que se comercializa lo hace bajo sello filipino, y no español.

Fábrica de San Miguel en Manila (Filipinas). Fuente: Loopulo.

  • LA HERENCIA ESPAÑOLA EN FILIPINAS: EL PATRIMONIO MATERIAL

A este patrimonio inmaterial, herencia de la presencia española en Filipinas durante casi cuatro siglos, se le añaden los vestigios materiales, de una forma u otra, que, a día de hoy, conviven día a día con filipinos y turistas. Si la huella cultural y comercial de España en Filipinas se evidencia en lo anteriormente comentado, todavía es más notorio dicho legado en términos puramente arquitectónicos, a través de restos y monumentos que se diseminan por toda la geografía filipina.

Bien es cierto, y como se referencia en varias ocasiones durante el texto, que los estadounidenses iniciaron un plan cuyo objetivo era el de eliminar cualquier vestigio de cultura española en Filipinas -y también en Puerto Rico o Cuba- para sustituirlo por los suyos propios. Lo cierto es que el plan de Estados Unidos fue un verdadero éxito, pero muchos edificios, en su mayoría iglesias barrocas, faros o fortalezas, no pudieron ser derruidos, los cuales se han convertido, hoy en día, en atracciones turísticas sin parangón.

Iglesia de San Agustín, en Manila (siglo XVII).

Exterior de la iglesia de San Agustín, Manila (Filipinas). Fuente: Ricardo C. Eusebio.

Interior de la iglesia de San Agustín, Manila (Filipinas). Fuente: Agustín Rafael Reyes.

Resulta especialmente interesante el tema de las iglesias católicas que se encuentran en Filipinas. Una de las más célebres, por su antigüedad, ejecución y conservación interior, es la iglesia de San Agustín, en Manila, construida en 1607 en el interior de un asentamiento ya tremendamente avanzado. Aunque no es el edificio religioso más antiguo de Manila ni de Filipinas, es preciso comenzar por esta iglesia a la hora de adentrarnos en el patrimonio arquitectónico hispano-filipino. San Agustín destaca por constituirse como un claro ejemplo del barroco colonial español, que se replicó por toda la península ibérica, América y, en este caso, Filipinas.

Del mismo modo, también es importante destacar su interior, aun con las sucesivas reformas, mejoras y restauraciones, es un buen ejemplo de planta en cruz latina, con un gran número de naves laterales a cada lado de la nave central. La decoración en mármol y escayola, es sencilla de encontrar, hoy día, en España, en cualquier iglesia en ciudades como Sevilla, por ejemplo.

La iglesia de San Agustín, con graves daños estructurales, tras la liberación de Filipinas en agosto de 1945. Fuente: Time Inc.

Durante la Segunda Guerra Mundial, tras la invasión japonesa y los sucesivos bombardeos estadounidenses, la iglesia de San Agustín sufrió graves daños, afectando incluso a su propia estructura. Sin embargo, a comienzos de los años cincuenta, se inició un proceso de reconstrucción y restauración que la ha devuelto a su estado original.

Catedral de Manila (siglo XVI).

La catedral de Manila (Filipinas) en 2009. Fuente: Gary Todd.

El caso de la catedral de Manila es especialmente interesante debido a su historia, aunque también a su evidente valor arquitectónico, a pesar de que, a día de hoy, no se trate de una edificación cien por cien original.

Levantada hacia 1582, una década después del establecimiento de Manila como capital de Filipinas por parte de Miguel López de Legazpi, la catedral se levantó sobre la planta de una modesta parroquia construida en 1571 y que daba servicio a los nuevos colonos españoles. El edificio que vemos hoy día es la sexta reconstrucción de la catedral, y es una réplica, casi exacta, del original de 1582. Esta catedral, de estilo gótico tardío, muy popular en la España del siglo XVI, ha sufrido varios terremotos, un incendio e, incluso, un bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial. Sus arquitectos más notables fueron Luciano Oliver, Vicente Serrano Salaverria, Eduardo López Navarro y Fernando Ocampo, este último responsable de la definitiva reconstrucción de la catedral en 1958.

Campanario de la catedral de Manila (Filipinas) destruido tras el terremoto de 1863.

Parroquia de San Pedro y San Pablo, en Calasiao (siglo XVI).

Fachada de la parroquia de San Pedro y San Pablo, en Calasiao (Filipinas). Fuente: Ramón F. Velasques.

En Calasiao, a doscientos kilómetros de Manila, los españoles establecieron un pequeño enclave en 1571 que, en poco tiempo, aumentó muchísimo su tamaño gracias, entre otras cuestiones, a una relativa buena distancia con Manila, así como su salida al mar. Sin embargo, no sería hasta 1588 cuando se fundase oficialmente como villa, comenzando, así, la construcción de un prominente casco urbano que, a día de hoy, se conserva relativamente bien.

Ese mismo año iniciaron la construcción de la parroquia de San Pedro y San Pablo, finalizada poco después, y que se constituye como un buen ejemplo de la temprana arquitectura española en Filipinas. Lo que podemos ver hoy día no es el original del siglo XVI, dado que la iglesia fue destruida en 1763 por rebeldes filipinos. Sin embargo, sí que se puede observar esta huella en su interior y en su fachada principal, que presenta elementos característicos del estilo colonial español, muy reproducido en toda Latinoamérica.

Iglesia de Nuestra Señora de Gracia, en Macati (siglo XVII).

Muy cerca de Manila, en Macati, se encuentra la iglesia de Nuestra Señora de Gracia. Su construcción se inició en marzo de 1601 y fue terminada, tras sucesivas reformas, a mediados de 1630. Aunque fue concebida acorde a los cánones del gótico tardío, finalmente presenta múltiples elementos barrocos que constituyen como un ejemplo único, tanto en Filipinas como en el resto del mundo.

Fachada de Nuestra Señora de Gracia en Macati (Filipinas). Fuente: Elmer B. Domingo.

Aunque, a priori, pudiese parecer inactiva debido al estado aparente de su exterior, la iglesia se encuentra completamente operativa en la actualidad, siendo gestionada por parte de frailes agustinos. Este templo, al igual que muchos otros en Filipinas, ha experimentado los embates de sucesivos terremotos, erupciones de volcán, invasiones y bombardeos a lo largo de su historia. Sin embargo, al contrario de lo que ocurrió con la catedral de Manila, la iglesia de Nuestra Señora de Gracia se mantiene, prácticamente, intacta desde 1630.

Iglesia de San Luis Obispo de Tolosa, en Baler (siglo XVI).

Fachada de San Luis Obispo de Tolosa en Baler (Filipinas). Fuente: Municipality of Baler.

Esta iglesia es, quizá, una de las más célebres acerca de la presencia española en Filipinas. Y no lo es, precisamente, por su valor artístico o arquitectónico, más bien escaso, sino por su valor histórico. Dentro de esta pequeña iglesia, situada en el noreste de Filipinas, los restos de un pequeño destacamento de cazadores españoles resistieron, durante casi un año, el asedio de la iglesia por parte de insurrectos filipinos y estadounidenses, sin noticias, siquiera, de que España se había rendido a los pocos meses de comenzar el conflicto, perdiendo Cuba, Puerto Rico y Filipinas, donde se encontraban.

La iglesia de Baler, consagrada a San Luis Obispo de Tolosa, aguantó el continuo hostigamiento de los enemigos que, prácticamente, terminaron por derrumbar el pequeño templo. Cuando, tras once meses encerrados en el interior de la iglesia, los españoles se rindieron, la estructura de la misma estaba seriamente dañada.

La iglesia, en algún momento antes de 1898.

El edificio quedó abandonado desde 1899 hasta 1939, cuando la Primera Dama de Filipinas, Aurora Quezón, decidió reconstruir la iglesia de San Luis Obispo de Tolosa, por la importancia histórica del mismo. Existen muy pocos datos, y menos fotografías si cabe, acerca del edificio original. La reconstrucción de 1939, que es la que hoy día sigue en pie, no es fiel al original. Sin embargo, la iglesia de Baler se ha convertido, por méritos propios, en un símbolo de la Guerra hispano-estadounidense y de la Revolución filipina.

Parroquia de San Pedro Apóstol, en Loboc (siglo XVII).

Exterior de la parroquia de San Pedro Apóstol, en Loboc (Filipinas), en 2004.

Cuando los españoles levantaron la segunda parroquia en Loboc -la primera, de madera, quedó destruida a causa de un incendio en 1638-, ya había aprendido tanto acerca de los incendios fortuitos como acerca de la actividad sísmica de Filipinas. Por ello, y para dar cabida a todos los fieles de Loboc, se proyectó, a petición de los jesuitas, en 1670, una nueva planta que fue concluida en 1734.

Esta nueva parroquia, ya de estilo puramente barroco, era mucho más grande que la anterior, con una única nave e importantes contrafuertes, así como campanario exento. Estas medidas anti-terremotos, muy comunes en la arquitectura colonial española en Filipinas, mantuvieron la parroquia prácticamente intacta hasta que en octubre de 2013 un terremoto sacudió Loboc y destruyó, casi por completo, la iglesia. Hoy día todavía se encuentra en reconstrucción.

Iglesia de San Agustín, en Páoay (siglo XVII).

San Agustín de Páoay (Filipinas). Fuente: Ibarra Siapno.

En la pequeña localidad de Páoay, en el norte del archipiélago, se encuentra una de las mejores iglesias de época colonial de toda Filipinas. Se trata de la iglesia de San Agustín, iniciada en 1694 y terminada en 1710, y cuyo estilo es completamente inclasificable al respecto de los cánones occidentales, ya que en ella se mezcla el barroco español con la arquitectura precolonial, adaptándose a las dificultades sísmicas del terreno, dando lugar a un templo único que fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1993 por parte de la UNESCO.

Para finales del siglo XVII, los españoles habían aprendido, a base de errores, de la constante actividad sísmica en Filipinas, por lo que diseñaron San Agustín de Páoay con unos grandes refuerzos laterales -contrafuertes- que le otorgan la peculiar forma piramidal de la iglesia, que se mantiene prácticamente intacta desde entonces. Este peculiar estilo fue denominado por la historiadora Alicia Coseteng como «barroco colonial español anti-terremotos».

Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, en Maasin (siglo XVIII).

Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, en Maasin (Filipinas). Fuente: Juca Munda.

Menos conocida, aunque no por ello menos importante, es la catedral de Nuestra Señora de la Asunción en Maasin, en Leyte. Como otras tantas iglesias españolas de la época, esta catedral fue destruida, hasta en dos ocasiones, por invasores musulmanes provenientes de la región de Bangsamoro, en el sur de Filipinas, muy cercana a Malasia.

Fue mandada construir en el año 1700 por los jesuitas, y destruida, casi por completo, en 1754 y en 1784, hasta que en 1843, los españoles lograron expulsar definitivamente al pueblo moro, reconstruyendo la catedral a imagen y semejanza de la original. Se trata de un templo puramente barroco, con forma triangular debido a los refuerzos de los laterales debido a la actividad sísmica de Filipinas, y con un campanario exento -también típico del barroco filipino- reforzado con hasta tres muros. En 1968 se acometieron importantes reformas en la catedral, sobre todo en su interior, aunque conservando el estilo original.

Parroquia de Nuestra Señora de la Luz, en Cainta (siglo XVIII).

Como ocurrió con otros núcleos urbanos en Filipinas, la población de Cainta creció mucho en poco tiempo, lo que llevó a las autoridades españolas a atender las necesidades de una población en aumento. Así, en 1707, Gaspar Marco, mandó construir una iglesia en piedra, que se consagró a San Andrés Apóstol, que fue finalizada en 1716.

La parroquia de San Andrés Apóstol, en Cainta, fue ampliándose poco a poco hasta que en 1727 cambió su consagración, al llegar una gran pintura de Nuestra Señora de la Luz procedente de Sicilia.  Con poco más de un siglo de vida, y a pesar del conocimiento sísmico de Filipinas por parte de las autoridades, el 23 de febrero de 1853 un terremoto sacudió Cainta, y el techo y la pared oeste de la parroquia se vinieron abajo, aunque la estructura resistió sin demasiado problema.

Parroquia de Nuestra Señora de la Luz, en Cainta (Filipinas). Fuente: Elmer B. Domingo.

Sin embargo, a pesar de haber aguantado el embate del terremoto, la parroquia no pudo aguantar los deliberados ataques estadounidenses contra el patrimonio español y el acervo filipino durante la Guerra filipino-estadounidense (1899-1902), conflicto que sucedió a la Guerra hispano-estadounidense, y que dio al traste con las aspiraciones de independencia por parte de los filipinos. Durante este conflicto, los estadounidenses incendiaron la parroquia, reduciéndola prácticamente a cenizas -incluida la pintura de Nuestra Señora de la Luz-, y haciendo uso de sus piedras para construir carreteras por las que transportarían armamento. Solo su fachada quedó intacta.

El edificio que podemos observar hoy en día, a excepción de la fachada, es una reconstrucción, a imagen y semejanza del original, realizada entre 1965 y 1968 por iniciativa del Arzobispado de Manila y el Museo Nacional de Filipinas.

Parroquia de Nuestra Señora de los Desamparados, en Manila (siglo XVIII).

Fachada de la parroquia de Nuestra Señora de los Desamparados, en Manila (Filipinas).

Para el siglo XVIII, Manila había crecido a tal ritmo que muchos de los templos levantados durante los dos siglos anteriores se habían quedado pequeños, o bien no podían albergar a todos los fieles en su interior. Por ello, sobre la planta de una pequeña parroquia levantada en 1578, en 1720 el padre Vicente Inglés mandó construir un nuevo templo.

Al contrario que otras iglesias contemporáneas en Filipinas, la Parroquia de Nuestra Señora de los Desamparados -también llamada iglesia de Santa Ana– presenta planta en cruz latina, así como el campanario anexo a la nave principal de la iglesia. Se trata, en términos estilísticos, de una réplica del estilo de iglesia barroca más popular en la España continental del siglo XVIII. Aunque con unos muros considerablemente más gruesos, su fachada es similar a muchas de las que pueden encontrarse tanto en la península ibérica como en América, en concreto en lugares como México.

Conviene, igualmente, destacar el increíble retablo que alberga en su interior, así como el convento que se encuentra contiguo a la iglesia, haciendo de la misma un enorme bloque, junto al campanario, que ha aguantado estoicamente la actividad sísmica de Filipinas, la Guerra de 1898 y la Segunda Guerra Mundial.

Iglesia Parroquial de la Purísima Concepción de la Virgen María, Baclayón (siglo XVIII).

Fachada y campanario de la iglesia parroquial de la Purísima Concepción de la Virgen María, en Baclayón (Filipinas). Fuente: Joanner Fábregas.

Desde el establecimiento de los españoles en Filipinas, los jesuitas se encargaron de la provincia de Bohol, célebre, entre otros aspectos, por los constantes ataques de los musulmanes de Bangsamoro, que endurecieron durante todo el transcurso del siglo XVIII. Con la llegada de los jesuitas a Baclayón, se levantó una humilde iglesia de madera destinada a atender las necesidades religiosas de la comunidad, y elemento clave en el proceso de evangelización de la zona.

Cuando Baclayón se convirtió en una parroquia independiente en 1717, los jesuitas decidieron que era el momento de levantar un templo superior a la improvisada capilla que databa de finales del siglo XVI. Así, ese mismo año comenzaron las obras de la iglesia parroquial de la Purísima Concepción de la Virgen María, que terminarían en 1727.

Debido a los ataques del pueblo moro, junto a la actividad sísmica de la zona, al igual que con otras iglesias de los españoles en Filipinas, se decidió dotar a la misma de notables características defensivas que se evidencian, sobre todo, en su grueso campanario exento -muy parecido a una torre defensiva- y en su clásica estructura piramidal. La iglesia sobrevivió a la Guerra hispano-estadounidense, a la Guerra filipino-estadounidense y a la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, en 2013, un terremoto dañaría severamente su estructura, que estuvo a punto de colapsar. Por ello, en 2017 se procedió a su restauración, conservando todos y cada uno de sus elementos originales.

Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, en Santa María (siglo XVIII).

El paulatino crecimiento del asentamiento de Santa María desde el asentamiento de colonos en 1647, motivó que las autoridades españolas decidiesen construir un templo que pudiese albergar a todos los devotos, ya que muchos de ellos debían desplazarse fuera de Santa María para asistir a misa o confesarse. Finalizada en 1765 es, a día de hoy, uno de los ejemplos más importantes del barroco español en Filipinas, sobre todo debido al refinamiento del mismo.

Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, en Santa María (Filipinas). Fuente: MON MD.

La iglesia sigue incorporando a cada lado importantes contrafuertes debido a la actividad sísmica del archipiélago. Sin embargo, en este caso, estos son mucho más discretos en los casos anteriores, y ello no solo es debido al desarrollo arquitectónico de los españoles, sino también a la altura de la iglesia, junto a la anchura de la misma, lo cual permite que estos no sobresalgan en exceso. No obstante, el refinamiento exterior no se tradujo en el interior, siendo este considerablemente más humilde que en otros templos de similares características.

También, al igual que en la mayor parte de las iglesias barrocas de Filipinas, se trata de una iglesia con una única nave, así como con un campanario, construido en 1810, exento del edificio principal, y en este caso bastante alejado del mismo. Fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1993.

Iglesia de Santo Tomás de Villanueva, en Miagao (siglo XVIII).

La iglesia de Santo Tomás de Villanueva, en Miagao, es, quizá, una de las más famosas de Filipinas, así como el mejor ejemplo del barroco colonial español en Filipinas junto a la iglesia de San Agustín en Páoay. Este templo, visita turística obligada, llama la atención por su fachada, profusamente decorada con un bajorrelieve y, sobre todo, por los dos gruesos campanarios que la flanquean.

Hacia finales del siglo XVI, Miagao ya había crecido considerablemente, a pesar de pertenecer, por entonces, a los municipios de Oton y a Tigbauan. Bajo las costumbres españolas, tanto colonos como locales, precisaban de determinados servicios, entre los que se encontraba el culto religioso. Sin embargo, hasta bien entrado el siglo XVIII, los habitantes de Miagao tuvieron que depender de parroquias vecinas, o bien de templos improvisados.

En 1731, se otorgó a Miagao la condición de parroquia independiente. Este nuevo estatus hacía necesaria la construcción de un templo acorde al mismo, por lo que en 1734 se construyó una humilde iglesia de piedra por orden de Fernando Camporredondo, el primer párroco de Miagao. Sin embargo, este edificio duró poco tiempo en pie, ya que a partir de 1741, la ciudad comenzó a recibir continuos ataques de musulmanes de Bangsamoro, que arrasaron la zona.

Iglesia de Santo Tomás de Villanueva, en Miagao (Filipinas). Fuente: Harry Balais.

El contraataque español, unido a una dura represión hacia los invasores, acabó con la inestabilidad en la zona. Así, en 1787, bajo duras condiciones y trabajos forzados, muchos musulmanes de Bangsamoro iniciaron la construcción de una nueva iglesia, consagrada a Santo Tomás de Villanueva, y que fue terminada en 1797, a las puertas de un nuevo siglo. De este nuevo edificio, que hoy en día se mantiene en pie, podemos destacar dos datos muy importantes:

En primer lugar, su forma piramidal, con dos importantísimos campanarios, de desigual altura, que emulan las almenas de una fortaleza. A esto se añade un increíble bajorrelieve en el que mezclan la tradición española con la filipina, dando lugar a una pieza única en el mundo.

En segundo lugar, se trata de la última de las grandes iglesias del barroco colonial español, con todo lo que ello implica. Se trata, pues, del fin de una era y de un estilo exclusivo en el mundo y en la historia. La iglesia de Santo Tomás de Villanueva, gracias a su propia concepción, aguantaría en pie hasta nuestros días, viendo pasar ante su fachada terremotos, incendios, bombardeos y hambrunas.

Parroquia de la Inmaculada Concepción, en Santa María (siglo XVIII).

Parroquia de la Inmaculada Concepción, en Santa María (Filipinas).

Para finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, Santa María, en la provincia de Bulacán, a menos de cuarenta kilómetros de Manila, había crecido lo suficiente como para albergar varias parroquias, lo que le confería un elevado estatus dentro del sistema administrativo colonial. Ante este crecimiento, en 1793 se decide levantar la parroquia de la Inmaculada Concepción, terminada en el año 1800, y que recibe su nombre debido a la imagen, como Gloriosa, de la Virgen María que alberga en su interior.

La iglesia, uno de los últimos ejemplos del barroco colonial en Filipinas, destaca por su continuista línea a este respecto, empleando macizos muros, junto a un campanario ancho y bajo debido a la actividad sísmica de la zona. A pesar de que no se trata de uno de los ejemplos más célebres a nivel arquitectónico y artístico, es importante destacar su construcción, ya que refleja el proceso de asimilación de este peculiar estilo al que, en este caso, se le añade, posteriormente, un pórtico neoclásico en su fachada principal.

Iglesia de Nuestra Señora de la Divina Providencia, en María (siglo XIX).

Iglesia de Nuestra Señora de la Divina Providencia, en María (Filipinas).

El siglo XIX fue tremendamente complicado para el Imperio. La Guerra de la independencia (1808-1814), junto a la pérdida de las colonias en América, motivó que el poder económico, político y militar se redujese consecuentemente. España no vivía, desde la Edad Media, una situación tan complicada, ni una pérdida de influencia tan relevante.

La pérdida de poder, junto a la sucesión de corruptos dirigentes, se tradujo, como no podía ser de otra forma, en el abandono de las relaciones diplomáticas, del ejército y de las obras públicas en el maltrecho Imperio español, afectando directamente a Filipinas, uno de los últimos territorios de ultramar al que España. La absurda desidia de la metrópolis hacia Filipinas trajo consigo, posteriormente, la pérdida del archipiélago junto a Cuba y Puerto Rico.

Así, durante el siglo XIX, las construcciones coloniales en Filipinas serán más escasas y más humildes. Un buen ejemplo de ello es la iglesia de Nuestra Señora de la Divina Providencia, en el pequeño municipio de María, en la provincia de Siquijor. Terminada en 1887, tan solo once años antes de la Guerra hispano-estadounidense, esta iglesia refleja la decadencia del Imperio, debido a su humilde construcción y a su escaso valor artístico para los estándares de la época. Aunque, por otro lado, también refleja uno de los últimos intentos de los españoles en su proceso de evangelización de Filipinas.

Se trata de una planta de piedra en cruz latina, básica, sin naves laterales, con una fachada simple en forma de pirámide. Destaca su campanario hexagonal, también de piedra, con la parte superior de madera, recuerda a una almena, y es considerado un tesoro nacional en Filipinas.

Ciudad de Intramuros, en Manila (siglo XVI).

Una de las entradas a Intramuros, en Manila (Filipinas). Fuente: Elmer B. Domingo.

Intramuros, en Manila, es el conjunto de monumentos y vestigios que conforman el centro histórico de la capital filipina. Una vez repasadas las iglesias españolas en Filipinas, que jugaron un papel fundamental en la colonización y gestión del archipiélago, resulta preciso seguir el estudio con el análisis de algunos de los mejores ejemplos de arquitectura civil y militar.

Este conjunto es, quizá, el mayor tesoro histórico-arquitectónico con el que cuenta Filipinas. A pesar de la sistemática eliminación del legado español en Filipinas, Intramuros fue uno de los pocos elementos respetados por los estadounidenses entre 1898 y 1941. Al contrario de lo que ocurrió con otros elementos de este tipo, Intramuros se mantuvo prácticamente intacto desde 1571 hasta 1945, cuando la aviación estadounidense bombardeó y destruyó el centro histórico de Manila, bajo ocupación japonesa, durante la Segunda Guerra Mundial.

Intramuros destruido tras los bombardeos estadounidenses en febrero de 1945. Fuente: United States Army.

Cuando en 1571, Miguel López de Legazpi nombró a Manila como la capital, de facto, de las Indias Orientales españolas, comenzó a construirse la muralla que hoy delimita lo que conocemos como Intramuros del resto de Manila. Así, Intramuros, con el paso de los años, comenzaría a albergar en su interior un gran número de edificios civiles, religiosos y militares de notabilísima factura, conformando uno de los mejores conjuntos del barroco colonial español en Asia.

Diseñado a imagen y semejanza de una fortaleza, Intramuros presenta un trazado, prácticamente, cuadriculado, dispuesto por viviendas coloniales, iglesias, edificios administrativos, mercados y guarniciones. En su interior se conservan, a día de hoy, algunos edificios que hemos citado anteriormente, como la Catedral de Manila o la iglesia de San Agustín, además de otros tan importantes como el Fuerte Santiago, la Casa Manila, la Aduana, el Palacio Arzobispal, el Palacio del Gobernador o la muralla.

Plano de Manila, y aledaños, en 1734, por Fernando Valdés. Fuente: United States Library of Congress.

Una de las calles típicas de Intramuros. Fuente: Ray in Manila.

Conscientes del incalculable valor de Intramuros, y tras la pérdida de numerosos edificios durante la Segunda Guerra Mundial, las autoridades filipinas comenzaron su reconstrucción en 1951, mismo año en el que declararon a Intramuros como monumento nacional.

Fuerte Santiago, en Manila (siglo XVI).

El Fuerte Santiago es, quizá, el elemento más representativo de Intramuros, en Manila, y de la arquitectura militar colonial. Su propia condición le ha permitido llegar hasta nuestros días en un óptimo estado de conservación, a pesar de haber aguantado tres guerras y múltiples bombardeos a lo largo de su historia.

Su construcción comenzó en el año 1590, a iniciativa de Gómez Pérez Dasmariñas y Ribadeneira, séptimo gobernador y capitán general de Filipinas. La intensa lucha mantenida entre piratas musulmanes y españoles desde 1571, motivó que, una vez expulsados los piratas, las autoridades españolas, con Gómez Pérez Dasmariñas a la cabeza, decidiesen construir una fortificación de estas características en Manila.

Con tamaño contenido, de apenas 620 metros cuadrados, sus muros miden casi siete metros e altura y dos metros y medio de grosor. Contaba, además, con numerosos puestos de guardia y baterías, sobre todo en la parte norte del mismo. Así como con una capilla, varios almacenes, un polvorín  y una cisterna.

Puerta principal del fuerte, construida en 1714. Fuente: Jorge Láscar.

La entrada principal, en enero de 1980, dañada por los bombardeos estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial. Poco después se llevarían a cabo las labores de restauración. Fuente: Gustav Neuenschwander.

Se levantó sobre los restos de la antigua empalizada del caudillo musulmán Rajah Matanda y tiene forma triangular, la cual comenzaría a ser muy popular en este tipo de edificaciones en España y Portugal. Es, en términos prácticos, una ciudadela dentro de otra ciudadela, que es Intramuros, lo que convertía al Fuerte Santiago en un bastión prácticamente inexpugnable.

Sin embargo, el fuerte fue ocupado por los británicos desde septiembre de 1762 hasta abril de 1764, durante la Guerra de los siete años debido, entre otros aspectos, a la dejadez y negligencia de la nueva administración borbónica hacia las colonias. A partir de ese momento, y hasta 1898, el fuerte funcionó como cárcel y lugar de represión de las autoridades españolas, convirtiéndose en un lugar de suma importancia para los filipinos debido a la ejecución de José Rizal en diciembre de 1896.

Tras la catastrófica campaña militar contra Estados Unidos, que apenas duró tres meses, durante la Guerra hispano-estadounidense, España perdió Filipinas. En este contexto, a pesar de la negativa por parte de los nacionalistas filipinos, el Fuerte Santiago pasó a manos estadounidenses en 1898, los cuales drenaron el foso, acuartelaron a sus tropas allí y construyeron un campo de golf en el mismo.

Capilla en el interior del Fuerte Santiago. Fuente: Jorge Láscar.

La entrada de Japón en la Segunda Guerra Mundial, en diciembre de 1941, implicó, entre otros muchos aspectos, la invasión de Filipinas por parte del Ejército Imperial japonés, el cual ocupó el Fuerte Santiago. Durante la invasión, los japoneses usaron el Fuerte como polvorín, prisión y campo de ejecución, en el que murieron miles de filipinos y más de 600 soldados estadounidenses. Finalmente, tras los bombardeos de Estados Unidos, el Fuerte quedó severamente dañado a nivel estético, aunque su estructura resistió sin problemas, al contrario de lo que ocurrió con el resto de Intramuros.

Centro histórico, en Vigan (siglo XVI).

En el norte de Luzón, a más de 400 kilómetros de Manila, se encuentra la ciudad de Vigan, una de las joyas de Filipinas, que se encuentra anclada en el tiempo y que ha sido declarada, consecuentemente, Patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO desde 1999.

Vigan, de forma original, fue un puesto comercial chino, hasta que en 1572 llegaron colonos españoles, los cuales desplazaron rápidamente a los comerciantes chinos, estableciéndose en el enclave, diseñando un nuevo trazado, a imagen y semejanza de muchas ciudades españolas en la península ibérica. Es por ello que, a día de hoy, el casco antiguo de Vigan se constituye como uno de los mejores ejemplos de la huella colonial española en Filipinas.

En 1578 la ciudad se denominó como Villa Fernandina de Vigan, en honor al príncipe Fernando, hijo de Felipe II, que había fallecido escasos meses antes a la edad de seis años. Inicialmente se distribuyó como un pequeño enclave desde el que evangelizar la zona pero, en poco tiempo, aumentó considerablemente su tamaño. Así, según el relato del Gobernador General de Filipinas Gómez Pérez Dasmariñas, en 1591 Vigan contaba con un sacerdote, un gobernador y un diputado, así como con 19 barrios, lo cual nos arroja información suficiente como para considerar a la Vigan de finales del XVI como un importante núcleo semi-urbano.

Calle Crisólogo, en Vigan.

A mediados del siglo XVII, Vigan experimentaría otra expansión , llegando a los 21 barrios, algunos de ellos segregados, como el de los inmigrantes chinos, llamado El Pariancillo, o el de los colonos españoles, denominado como Los Españoles de la Villa. Desde entonces, hasta finales del XIX, Vigan seguiría creciendo y desarrollándose conforme al modelo de ciudad colonial española que, a su vez, se basaba en el modelo de ciudades como la Sevilla del Siglo de Oro.

Pasó de manos españolas a filipinas en 1898, y de filipinas a estadounidenses a finales de 1899, tras la guerra entre Filipinas y Estados Unidos. Debido a su ubicación, al norte del archipiélago filipino, fue una de las primeras ciudades en ser tomadas por los japoneses en 1941, que ocuparon Vigan hasta que fue liberada en 1945 por parte de filipinos y estadounidenses.

Calle Salcedo, en Vigan, cuya fisonomía es similar a la de ciudades del sur de España. Fuente: Larnoe Dungca.

A diferencia de ciudades como Manila, Vigan no sufrió, en exceso, los embates de los bombarderos japoneses o la artillería estadounidenses, lo que hizo que su casco antiguo se haya conservado especialmente bien. Hoy en día, declarado Patrimonio de la Humanidad, es uno de los mayores atractivos de Filipinas, ya que refleja, perfectamente la huella colonial española en Asia, cuya esencia se mantiene intacta en la fisonomía de las míticas calles Crisólogo y Salcedo, así como en otros edificios de la zona.

Universidad de Santo Tomás, en Manila (siglo XVII).

La Pontificia y Real Universidad de Santo Tomás, en Manila, es la universidad más antigua en toda Asia. Fundada en el año 1611 a petición de Miguel de Benavides, arzobispo de Manila, quien murió pocos años antes de su fundación con el deseo de establecer en Manila un centro de enseñanza superior, para el cual legó todos y cada uno de los libros de su extensa biblioteca personal.

La Universidad de Santo Tomás, en Intramuros, a comienzos del siglo XX.

Emplazada, de forma original, junto al convento de los dominicos, en Intramuros, comenzó su actividad bajo la denominación de Colegio de Nuestra Señora del Santísimo Rosario el 28 de abril de 1611, tras recibir los pertinentes permisos del rey Felipe III y el notario Juan Illian. Poco después cambió su denominación, pasando a llamarse Colegio de Santo Tomás, y en 1645 se convirtió en Universidad gracias a la intercesión del Papa Inocencio X, convirtiéndose así en la primera Universidad de Asia.

Su modelo administrativo y educativo estuvo basado en el modelo de la Universidad de Salamanca (España) y la Real y Pontificia Universidad de México (México). Más de un siglo después, Carlos III, en su afán por llevar la Ilustración a España y sus territorios de ultramar, le otorgó el título de Real en 1785.

La biblioteca de la Universidad de Santo Tomás, en Intramuros, a comienzos del siglo XX.

De forma original se ubicó en el interior de Manila, en Intramuros, y en ella se impartieron enseñanzas de Derecho, Teología, Filosofía, Historia, Lógica, Gramática, Artes, Medicina y Farmacia. A comienzos del siglo XX, y tras la pérdida de Filipinas por parte de España, se comenzó a construir un nuevo campus fuera de Intramuros, en Sampaloc, donde se ubica, a día de hoy, el edificio principal, que fue inaugurado en 1927.

Un tanque estadounidense avanza a través de los restos de la Universidad de Santo Tomás, en 1945. Fuente: United States National Archives.

El edificio original, situado en Intramuros, con una típica arquitectura civil barroca, fue usado por los japoneses como campo de concentración de civiles y militares. Este fue destruido en 1944 por el Kenpeitai, la policía militar del Ejército Imperial japonés, y del mismo apenas quedan restos hoy en día. El edificio, aun sin ser una joya arquitectónica, albergaba una increíble biblioteca y varios jardines que lo convertían en uno de los protagonistas de Intramuros. Hoy día, en el lugar donde estaba ubicado el edificio se erige una estatua en honor a Miguel de Benavides, promotor de la institución.

Puerta y Cuartel de Santa Lucía, en Manila (siglo XVII).

La Puerta de Santa Lucía es, posiblemente, una de las más célebres de Intramuros. Se trata de uno de los ocho accesos a la zona de Intramuros, y se encuentra orientada hacia el oeste. Su origen data del año 1603, cuando se decidió amurallar Manila a comienzos del siglo XVII, aunque la que vemos hoy en día es un diseño de finales del siglo XVIII y, a su vez, una reconstrucción del año 1982, ya que la puerta fue prácticamente destruida por artillería estadounidense para que sus tanques pudiesen pasar durante la Batalla de Manila en 1945, en el ocaso de la Segunda Guerra Mundial.

El diseño original de 1603 se modificó en 1778 a petición del Gobernador General José Basco y Vargas, ya que la misma precisaba, como otras puertas de la ciudad, de dos cámaras laterales, que se la añadieron durante la modificación. Para la reconstrucción de 1982, arquitectos y restauradores filipinos precisaron de la consulta de los planos originales de la puerta, ubicados en el Archivo Histórico Nacional, en Madrid (España).

La Puerta de Santa Lucía en 1899. Fuente: University of Michigan.

A escasos metros de la Puerta se ubica el también célebre Cuartel de Santa Lucía, que fue construido poco después que la Puerta, por iniciativa de José Basco y Vargas. Destinado para el Cuerpo de Artillería de Montaña, se terminó en 1781, siguiendo el modelo del arquitecto Tomás Sanz.

El Cuartel de Santa Lucía en 1910. Fuente: Retroscope.

Albergó, durante dos siglos, a este Cuerpo, hasta que en 1901, tras la pérdida de la colonia por parte de los españoles, el cuartel fue usado como oficina central de la Policía de Filipinas. Poco después, en 1905, se situó en el mismo la Academia Militar de Filipinas, hasta que en 1945 fue parcialmente destruido por parte de la artillería estadounidense. A día de hoy sigue en ruinas, aunque el Gobierno Municipal de Manila ha situado un parque en su interior.

El Cuartel de Santa Lucía en la actualidad. Fuente: S. Well.

Real Aduana de Manila, en Manila (siglo XIX).

Manila, desde la colonización española, precisó de un edificio de aduanas que regulase la entrada de mercancías y capital, tanto en Filipinas como en la propia Manila. Este proyecto tardó más tiempo del esperado en llevarse a cabo, y la colonia vivió, por momentos, episodios de anarquía comercial y fiscal.

La Real Aduana de Manila tras su abandono en 1979. Fuente: Allan Jay Quesada.

Sin embargo, en 1822, las autoridades españolas en Filipinas decidieron llevar a cabo el proyecto, con el objetivo de atraer a los comerciantes al interior de la ciudad, y que no hiciesen sus negocios fuera. La construcción del edificio de aduanas fue encargado al arquitecto Tomás Cortés, que comenzó en 1823.

Dicha construcción no terminó hasta el año 1829, debido a que durante el proceso se hicieron necesarias determinadas ampliaciones del edificio, ya que su espacio y su distancia hasta el puerto se consideraron insuficientes. El resultado fue el de un edificio de aduanas realizado en piedra que destacaba, sobre todo, por su estilo neoclásico y sus armoniosas proporciones, distribuido en torno a una forma cuadrada con dos pisos de altura.

Albergaba, igualmente, dos patios interiores rectangulares, en torno a los cuales se situaban escaleras que llevaban a la planta superior y al entresuelo. Todo en el edificio resultaba pretendidamente simétrico.

La belleza de las recién estrenadas Reales Aduanas en Manila, sin embargo, escondían un problema: y es que el edificio estaba desproporcionado en términos puramente técnicos. La desigual distribución de las mercancías en la planta superior, junto al gran peso de su techo de tejas, hicieron que el edificio se desmoronase por completo tras el terremoto de 1863, el cual asoló gran parte de Intramuros.

Fachada principal de la Real Aduana de Manila. Fuente: Ramón F. Velasquez.

El edificio, que en el momento de su derrumbe hacía las veces de Aduana, Contaduría General y Banco, se había convertido en uno de los más importantes de la ciudad. Sus restos fueron demolidos por completo en 1872, y se encargó al arquitecto Luis Pérez Yap-Sionjue que reconstruyese el proyecto original de Tomás Cortés, pero esta vez teniendo en cuenta los problemas estructurales que presentaba su diseño.

Así, en 1876, Luis Pérez concluye la reconstrucción del edificio, que en términos estéticos era idéntico al de 1823. Así, pasó de Aduana a Intendencia General de Hacienda y albergó también la Casa de la Moneda. Siguió ejerciendo sus funciones hasta que fue severamente dañado por bombarderos japoneses en 1941, y prácticamente destruido en 1945 por artillería de Estados Unidos.

Interior de la Aduana en la actualidad.

Tras la guerra se restauró, y se alojaron en él las oficinas del Banco Central de Filipinas y el Tesoro Nacional. Pero en 1979 un incendió volvió a devastar el diseño original de Tomás Cortés, siendo abandonado hasta nuestros días. Aunque construido en épocas completamente diferentes, el edificio de la Real Aduana de Manila recuerda, gracias a su planta y a determinados motivos arquitectónicos, al Archivo de Indias, situado en la ciudad de Sevilla (España).

Casa Manila, en Manila (siglo XX).

Exterior de Casa Manila, en Manila. Fuente: Ramón F. Velasquez.

Este edificio, que alberga un museo de historia en su interior, no es un original de la época, sino que representa una de las típicas casas de mediados del siglo XIX en el Barrio de San Luis, en Intramuros. La destrucción de muchas de estas viviendas durante la Segunda Guerra Mundial dejó a Filipinas sin gran parte de su patrimonio histórico, sobre todo el de época colonial.

Por ello, en la década de los años ochenta, la Primera Dama de Filipinas, Imelda Marcos, promovió la construcción de la Casa Manila, con objeto de recrear un edificio típicamente colonial, así como gran parte de la vida y las costumbres que existieron en Filipinas durante el período español.

Patio interior de Casa Manila, en Manila. Fuente: Ramon F. Velasquez.

Aunque se trata, como se refiere, de una construcción del siglo XX, Casa Manila es, sin duda, un buen ejemplo del legado español en Filipinas, y una de las mayores atracciones turísticas de la ciudad gracias a su condición de museo y, sobre todo, a la recreación un patio típicamente colonial, y que se encuentran diseminados, a día de hoy, por España, Hispanoamérica y, en este caso, Filipinas.

  • FILIPINAS Y ESPAÑA EN LA ACTUALIDAD: TODO UN CAMINO POR DELANTE

En las últimas décadas hemos podido apreciar un, mínimo, esfuerzo por parte de autoridades, y sectores de la cultura, tanto en España como en Filipinas, a la hora de poner en valor el pasado común de ambas naciones, y el evidente legado español esta última.

Sin embargo, y a pesar del gran número de estudios, novelas o películas, queda, todavía, un largo y arduo camino por recorrer que, por desgracia, no se está acometiendo de forma alguna. Mientras que en España se obvia, casi por completo, el asunto de Filipinas, y su importancia para con la historia universal; en Filipinas se replica la inacción española, junto a la puesta en valor, completamente lógica, de su pasado indígena.

La nula sintonía entre administraciones públicas de ambos países, donde, en la práctica, no se llevan a cabo trabajos conjuntos de investigación o restauración, hermanamiento de ciudades, unido todo ello a la escasa inversión en cultura, hacen de todo ello el caldo de cultivo perfecto para la apropiación cultural y el olvido.

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