Comentario de obra – Duelo a garrotazos

La siguiente publicación tiene un objetivo meramente didáctico, como apoyo al estudio de la Historia del Arte a nivel académico desde una óptica histórica. 

Duelo a garrotazos de Francisco de Goya (1820-1823)

IDENTIFICACIÓN

La presente obra se titula Duelo a garrotazos o La riña y fue pintada por Francisco de Goya en la primera mitad del siglo XIX, concretamente entre 1820 y 1823. Fue pensada para decorar la casa llamada la Quinta del sordo, que Goya adquirió en el año 1819 y, ésta en concreto, se encontraba situada en la planta alta de la misma, junto al resto de las llamadas Pinturas Negras de Goya -por sus pigmentos y temáticas-. Su autor, el fuendetodino Francisco de Goya y Lucientes, es considerado uno de los artistas clave en España y en la pintura del XIX. Tal es su importancia para el arte universal que es considerado como uno de los pioneros del llamado Romanticismo, siendo a su vez precursor de las vanguardias de finales del XIX y comienzos del XX. Se prodigó, sobre todo, en el dibujo, el óleo sobre lienzo y la pintura mural. Es complicado encasillarlo en un estilo en concreto, pues abarcó muchos tipos de escenas diferentes, entre las que destacan Aníbal vencedor (1770), Perros y útiles de caza (1775), La pradera de San Isidro (1788), El aquelarre (1798), Los caprichos (1799), La maja desnuda (1800), El coloso (1812), Los fusilamientos del tres de mayo (1814) y Saturno devorando a su hijo (1823).

Disposición de las Pinturas Negras en la Quinta del Sordo.

Duelo a garrotazos pertenece, por época, al Romanticismo y a su etapa de las ya citadas Pinturas Negras, llamadas así por los pigmentos usados y por las oscuras temáticas que abarcaban, siendo realizadas en la etapa final de su vida, poco antes de su marcha a Burdeos. Como también hemos dicho, estas pinturas decoraban la casa de la Quinta del Sordo y, al contrario de lo que se piensa, no fueron realizadas en óleo sobre lienzo sino en óleo sobre seco, es decir, óleo aplicado directamente sobre el muro de la casa, siendo posteriormente trasladadas a lienzos, como es el caso de Duelo a garrotazos. Actualmente se encuentra en el Museo del Prado en Madrid. Sus medidas son de 125x261cms.

DESCRIPCIÓN DE LA OBRA

Duelo a garrotazos es un óleo al seco en el que destaca, ante todo, la tenue elección de pinturas empleadas en la obra, en la que apenas hay contrastes ni claroscuros, pues prima en ella la sombra y la distorsión. La obra representa una riña entre dos villanos -entendamos por villanos a campesinos o habitantes de una villa- peleando entre sí a garrotazos. Este duelo, al contrario que entre nobles o burgueses, carece de reglas o protocolo, siendo a priori más salvaje aunque con similar objetivo.

Es un cuadro en el que aparecen una buena serie de elementos, pero son cuatro los principales protagonistas. Los dos primeros son, por supuesto, los duelistas, los cuales se encuentran desplazados hacia el lado izquierdo del mural. Aparecen en plena pelea, alzando los garrotes para golpearse, en medio del monte y enterrados en barro hasta prácticamente las rodillas. El tercer protagonista de la composición es el atardecer; el sol se pone tras los montes a través de un nuboso cielo que parece haber provocado lluvia previa. Por último, el cuarto protagonista, que ocupa el extremo derecho de la obra, es el propio monte, que nos desvela, junto con el resto del paisaje, que estamos en un medio eminentemente rural.

Sin embargo, a pesar de que a simple vista estos cuatro elementos son los más importantes de Duelo a garrotazos, muy posiblemente Goya quisiera transmitirnos otra lectura completamente diferente a la del duelo en sí. Es decir, lo que vemos no es más que la riña entre dos campesinos, la cual ha llegado hasta tal extremo que ambos están dispuestos a pelear entre ellos usando armas. Pero, muchos expertos coinciden en que Goya lo que quiso transmitirnos no es más que la lucha fratricida tan común en España. Francisco de Goya pintó este mural entre 1820 y 1823, época del Trienio Liberal tras el llamado sexenio absolutista (1814-1820); fueron momentos convulsos para el país, pues la llegada de Fernando VII al trono no trajo consigo la tan esperada paz que el pueblo español deseaba -no en vano, a Fernando VII se le denominó «el deseado»-. Además, España acababa de salir de la Guerra de Independencia (1808-1813) contra Napoleón, que también había generado una marcada escisión entre el pueblo con los «patriotas» y los «afrancesados». Y, para finalizar, el imperio se hallaba a su vez inmerso en el proceso de independencia de las colonias en América, lo cual generaba, a ojos de muchos españoles, una nueva lucha entre «hermanos».

COMENTARIO Y ANÁLISIS FORMAL

La composición de Duelo a garrotazos es triangular y, por lo tanto, peculiar. Como hemos comentado anteriormente, hay cuatro protagonistas importantes en la obra y estos se encuentran dispuestos de tal forma que la composición resulta completamente armoniosa. Los verdaderos protagonistas, que son los villanos, se encuentran desplazados a la izquierda , el atardecer y el cielo nuboso justo en el centro, y a la derecha el monte, que parece un espectador más de la escena. Dentro de lo que es la etapa de las Pinturas Negras de Goya, no podríamos calificar Duelo a garrotazos como un paisaje, pero tampoco como una escena costumbrista al cien por cien. Goya, como decíamos al inicio, no fue un artista que siguiese un patrón exclusivo -algo que vemos, sobre todo, en Los caprichos-, por lo que este tipo de obras complicadas de encasillar son comunes en él.

Las formas, como en muchas otras de sus obras, se vuelven a perder. Todo parece estar un tanto difuminado y, aunque no es una obra impresionista, no existen líneas claras más que en unos cuantos elementos de la composición. Goya se adelanta a su tiempo, tanto en composición como con su pincelada suelta previa al impresionismo. A pesar de la violencia de la escena son, al fin y al cabo, formas suaves. Y es que Duelo a garrotazos parece tener un poco de todo: barroquismo, expresionismo, romanticismo, futurismo e impresionismo; y eso es lo que hace que Goya sea una figura tan importante y particular para la Historia del Arte.

Museo del Prado, sala 67, planta baja.

A pesar de que los protagonistas son los campesinos duelistas, es el cielo el que nos llama poderosamente la atención cuando nos fijamos en el mural. Un cielo nuboso, previo o posterior a la lluvia, en el que el sol se esconde tras el horizonte en un ejercicio y una lección de arte total. Posiblemente sea este mismo cielo lo mejor de Duelo a garrotazos, ya que consigue transmitirnos a la perfección el ambiente de la escena. Los reflejos, propios de espacios campestres abiertos, corroboran también la excelencia del autor. Los villanos, por su parte, son típicamente «goyescos», como así pintó al coloso o a Saturno, lejos ya de aquellas pinturas de cámara.

En el uso de los colores, exceptuando el cielo, apenas hay contrastes. Pertenece a las llamadas Pinturas Negras de Goya, como ya hemos comentado, y esto se traduce, no sólo en temáticas oscuras, sino también en un uso de pigmentos oscuros, llenos de sombras, colores pardos, marrones, verdosos y ocres. Es en el cielo donde encontramos  la mejor técnica del autor, pero también en las figuras, el descampado o el monte. Todo tiene un halo oscuro que encaja a la perfección con el período artístico -Romanticismo-, la etapa pictórica del autor y la temática de la obra.

CONTEXTUALIZACIÓN EN LA HISTORIA Y LA HISTORIA DEL ARTE

Goya fue un pintor romántico, pero también fue un autor tremendamente particular. Su obra al completo no puede catalogarse en un estilo en concreto, de hecho en muchos casos se adelanta casi un siglo, llegando a ser el precursor de las vanguardias para muchos expertos. En el caso de Duelo a garrotazos, encontramos esa clara pintura de Goya, con una escena a caballo entre el paisaje y la costumbrista. Muy posiblemente fuese una escena que el mismo Goya presenciase o imaginase, pero lo cierto es que, como comentamos anteriormente, su propósito es bien diferente. Dijimos que a nivel artístico Goya se adelantó a su tiempo sí, pero también se adelantó al respecto de la lucha fratricida que pretende mostrar con los villanos peleándose a garrotazos. Es, claramente, una premonición de la Guerra Civil Española (1936-1939), la cual es la mayor de las luchas fratricidas que ha tenido la desgracia de vivir el país peninsular. Y, también, ha sido usada en multitud de ocasiones para reflejar precisamente esto, la lucha entre semejantes, entre hermanos, entre ciudadanos de un mismo país. Muy acertadamente, diversos diarios como El País o El Mundo, hicieron uso de dicha obra para reflejar el ambiente y lo ocurrido durante los disturbios acaecidos en Catalunya en la jornada del 1 de octubre de 2017.

Al respecto de la Historia del Arte, toda la obra de Goya fue una adelantada a su tiempo, pero precisamente este Duelo a garrotazos tiene mucho de lo que en un futuro se desarrollaría en el mundo artístico. Por un lado encontramos trazos claramente impresionistas, pero la composición es marcadamente futurista y los villanos son expresionistas. Es decir, si bien Turner fue el pionero del impresionismo a nivel general, Goya lo fue a nivel nacional y fue, sin ningún lugar a dudas, el precursor de las vanguardias artísticas en todo el mundo. La obra de Goya hay que entenderla como un todo, como un proceso dentro de la vida del autor, pero también como un proceso para la misma Historia del Arte.

BIBLIOGRAFÍA

ARTEHISTORIA. Duelo a garrotazos. [Consulta: 2-10-2017] Disponible en: http://www.artehistoria.com/v2/obras/954.htm

HISTORIA-ARTE. Duelo a garrotazos. [Consulta: 2-10-2017] Disponible en: https://historia-arte.com/obras/duelo-a-garrotazos-de-goya

MUSEO DEL PRADO. Duelo a garrotazos. [Consulta: 2-10-2017] Disponible en: https://www.museodelprado.es/coleccion/obra-de-arte/duelo-a-garrotazos/2f2f2e12-ed09-45dd-805d-f38162c5beaf

Comentario de obra – Napoleón abdicando en Fontainebleau

La siguiente publicación tiene un objetivo meramente didáctico, como apoyo al estudio de la Historia del Arte a nivel académico desde una óptica histórica. 

Napoleón abdicando en Fontainebleau por Paul Delaroche (1846)

IDENTIFICACIÓN

La obra hoy presente se titula Napoleón abdicando en Fontainebleau, también llamada Napoleón en la víspera de su primera abdicación,  pintada por Paul Delaroche en 1846, a mediados del siglo XIX. Actualmente forma parte de la colección permanente de la Royal Collection Trust de Londres (Reino Unido). Su autor, el parisino Paul Delaroche, destacó, sobre todo, por ser uno de los mejores representantes de la pintura historicista, que es aquella que desarrolla acontecimientos reales con el fin de inmortalizarlos. Absolutamente toda su obra se centra en la pintura histórica -o historicista-, siempre intentando acercarse a momentos realistas o trágicos, huyendo de la idealización tan común de la época. Buen ejemplo de ello puede ser Napoleón cruzando los Alpes (1850), obra realista, que se encuentra en la Galería Walker de Liverpool, que contrasta fuertemente con Napoleón cruzando los Alpes de Jacques-Louis David (1801) en la que se muestra a un Napoleón heroico liderando a las tropas a través de la célebre cadena montañosa. Otras obras notables, en la misma línea que la presente, son Juana de Arco siendo interrogada (1824), La ejecución de Lady Jane Grey (1833) y Pedro el Grande (1838).

Napoleón abdicando en Fontainebleau pertenece a la corriente del Romanticismo, movimiento en el que se encuadra a la perfección, ya que se sitúa en pleno apogeo del mismo. El Romanticismo huye de la idealización neoclásica a la que se contrapone a veces con cruel realismo. El Romanticismo intenta ser directo, narrar hechos -a veces históricos- o estampas presenciadas por el propio autor. Abarcó, aproximadamente, desde el año 1770 (siglo XVIII) hasta 1850 (siglo XIX). Y de esta corriente emanarían posteriormente otras como el post-Romanticismo, el Impresionismo -gracias a Turner-, el Realismo, el Surrealismo y todas las vanguardias de finales del XIX y comienzos del XX.

La presente obra es buena prueba de ello, a la vez es realista y narra un hecho histórico con, a priori, veracidad. Atrás quedó ese Napoleón cruzando los Alpes neoclásico; aquí Napoleón está cansado, derrotado, con sobrepeso y despeinado. No es la más icónica de Delaroche pero sí constituye una obra romántica esencial y un episodio histórico de innegable valor. Sus medidas son de 69,2x 53,2 cms.

DESCRIPCIÓN DE LA OBRA

Napoleón abdicando en Fontainebleau es una pintura al óleo sobre lienzo, con colores apagados que otorgan sobriedad a la escena. La obra representa a Napoleón poco antes de abdicar por primera vez en Fontainebleau el 4 de abril de 1814.

En la obra no aparecen demasiados elementos, pero los pocos que aparecen tienen su simbolismo. Evidentemente, el protagonista total del cuadro es Napoleón Bonaparte (1769 – 1821), que ocupa la mayor parte del lienzo y se sitúa justo en el centro de la composición. Napoleón aparece sentado en una silla roja, ligeramente recostado, encorvado, despeinado, con la mirada perdida y con actitud de cansancio. Viste su característico uniforme militar blanco, acompañado de una arrugada casaca gris y botas de caballería sucias, llenas de fango. En su mano derecha parecía sostener ligeramente un mapa que ahora descansa en un sofá, mientras que la izquierda descansa con el puño cerrado sobre su pierna. En el suelo podemos ver su sombrero, un bicornio negro muy popular en la época. De fondo podemos ver las rojizas paredes decoradas del Palacio de Fontainebleau -cerca de París- así como una cortina roja y la esquina de un mueble -posiblemente una cómoda-.

Aunque la escena, por si sola, ya dice bastante a nivel histórico, también está cargada de cierta simbología en torno a tres entes esenciales en la obra: el propio Napoleón, el mapa y el bicornio.

  • Napoleón es el protagonista total, casi toda la simbología se encuentra en él de una forma u otra. El mismo físico es precisamente parte de ello, puesto que Delaroche nos muestra un Napoleón más humano, incluso algo envejecido para sus 45 años. Es un hombre derrotado, muy lejos de la grandeza de Napoleón cruzando los Alpes o La coronación de Napoleón de David. Despeinado, recostado, enfadado y con la mirada perdida, Bonaparte trata de asimilar la ocupación de París y su más que posible exilio a la isla de Elba. Había perdido, el emperador de Europa había caído ante Austria, Rusia y Prusia. El Antiguo Régimen le había vencido. Sus botas sucias y la casaca arrugada contrastan fuertemente con la pomposidad del Palacio en el que iba a firmar su rendición y exilio. Es un Napoleón como nunca antes habíamos visto, un Napoleón real: humano.
  • El mapa es un símbolo fundamental en Napoleón abdicando en Fontainebleau. Napoleón Bonaparte es considerado un gran estratega político y militar, algo que sabían de sobra sus enemigos y aliados en la época. Pero estaba muy lejos de ser un dios y, como ser humano, es susceptible de cometer fallos. Es el mapa de la derrota, el cual parecía sostener involuntariamente hasta que ha caído en el sofá, pues todavía no ha sido capaz de asimilar los acontecimientos.
  • El bicornio es el último gran símbolo de la obra de Delaroche y pieza fundamental en el atuendo de Napoleón durante tantos años, prácticamente símbolo del imperio, aparece tirado en el suelo. Olvidado por su portador, el bicornio representa a Francia, la cual Napoleón ha olvidado y perdido debido a su avaricia como líder militar. En el suelo, no entre sus manos o en una mesa, el bicornio de Bonaparte es un símbolo más de derrota.

COMENTARIO Y ANÁLISIS FORMAL

La composición de Napoleón abdicando en Fontainebleau es bastante básica ya que se trata, después de todo, de un retrato de cuerpo entero. El protagonista total, que ocupa el centro de la obra, es Napoleón Bonaparte, cuya figura abarca la mayor parte del lienzo. Como decimos, se sitúa en el centro y la mayor parte de los detalles están en él. A la derecha tenemos la esquina de una cómoda a la que Delaroche no presta demasiada atención, en el suelo el sombrero que, como hemos comentado, es un símbolo importante en la obra y, de fondo, las paredes pintadas del Palacio de Fontainebleau (Francia), así como el sofá en el que está el mapa.

Paul Delaroche es bastante directo con esta obra; intenta mostrar un gran realismo pictórico, fundamental para la pintura histórica. Atrás queda la grandilocuencia neoclásica, también se desmarca de corrientes pre-impresionistas. Aquí las formas están bien definidas y los detalles cuidados al milímetro. Con la presente obra Delaroche se consagra como retratista.

Son formas definidas, existe la línea con el objetivo de mostrar el máximo realismo posible. Delaroche huye de las nuevas corrientes, es un pintor romántico muy particular. El uso que hace del color también es muy peculiar, puesto que en este caso se opta por colores pardos, rojos y marrones muy oscuros, que contrastan con el uniforme blanco de Bonaparte y su casaca gris. Son colores apagados, propios de su obra, los cuales buscan dotar de realismo, historicismo e incluso pesimismo a la escena. Se narra un momento oscuro para Bonaparte y para la Historia de Francia, a pesar de que este se desarrolle en medio de la pomposidad de un Palacio. Existe cierta calidez gracias a la paleta seleccionada para el entorno, con rojizos cobre muy oscuros.

CONTEXTUALIZACIÓN EN LA HISTORIA Y LA HISTORIA DEL ARTE

A nivel histórico es una obra que nos dice mucho. Los expertos no se ponen de acuerdo sobre qué momento exacto quiso representar Delaroche; unos se inclinan con que el cuadro representa a Napoleón días antes de la abdicación, la cual se haría el 4 de abril de 1814. Otros, sin embargo, aseguran que la obra representaría a Napoleón instantes antes de la propia abdicación, el mismo día cuatro de abril. Sea como fuere, su historicismo es innegable: París había caído ante las fuerzas de Austria, Rusia y Prusia. Napoleón, el genio estratega de su época, había sido derrotado. Francia había perdido la guerra.

Dentro de la propia Historia del Arte, Napoleón abdicando en Fontainebleau también nos deja un importante legado. En primer lugar porque se representa a un Napoleón Bonaparte humano , muy lejos de aquellas obras neoclásicas de David cuyo objetivo, a priori, era más propagandístico que artístico. De hecho, tanto gustaría el cuadro al propio Delaroche, que cuatro años después se atrevería a desafiar al propio Jacques-Louis David al realizar su propia visión de Napoleón cruzando los Alpes; en burro, ayudado por un soldado, tapado por el frío y en medio de un paso de montaña.

BIBLIOGRAFÍA

ROYAL COLLECTION TRUST. Napoleon at Fontainebleau, 31 march 1814. [Consulta: 22-05-2017] Disponible en: https://www.royalcollection.org.uk/collection/405838/napoleon-at-fontainebleau-31-march-1814

Comentario de obra – El Temerario remolcado a dique seco

La siguiente publicación tiene un objetivo meramente didáctico, como apoyo al estudio de la Historia del Arte a nivel académico desde una óptica histórica. 

El Temerario remolcado a dique seco de William Turner (1839)

IDENTIFICACIÓN

La obra que analizamos hoy se titula El Temerario remolcado a dique seco, la cual fue pintada por Joseph Mallord William Turner a mediados del siglo XIX, concretamente en el año 1839. En la actualidad, como parte de la colección permanente, se encuentra en la National Gallery de Londres, en la habitación 34 del segundo nivel. Su autor, el londinense William Turner, fue un pintor controvertido en su tiempo, pues su arte, en pleno Romanticismo, se anticipó a lo que posteriormente se denominaría como Impresionismo (1874-1920). Además, fue el pintor que llevó más allá la pintura paisajística, convirtiéndola también en pintura de historia. Su evolución fue increíble a finales de los años veinte del siglo XIX, con Ulises burlando a Polifemo (1829), obra en la que ya se muestran las líneas pre-impresionistas que iría tomando en un futuro. Sus obras más notables, amén de la que comentamos, son El incendio de la Cámara de los Lores y de los Comunes (1835), El Gran Canal de Venecia (1835), Paz. Funerales en el mar (1842) y Lluvia, vapor y velocidad (1844).

El Temerario remolcado a dique seco pertenece, por época, al Romanticismo, del cual es también un icono absoluto. Sin embargo, El Temerario remolcado a dique seco es también una importante obra pre-impresionista y no fue comprendida ni valorada en su tiempo. El Romanticismo fue un enorme movimiento cultural contrario a los principios del Neoclasicismo que abarcó, aproximadamente, finales del siglo XVIII y mediados del XIX, entre 1770 y 1850. De él nacerían, más tarde, movimientos como el Impresionismo, el Realismo, el Surrealismo y todo el amalgama de vanguardias de finales del siglo XIX y comienzos del XX. El Temerario remolcado a dique seco fue el cuadro favorito de Turner y uno de los mayores reclamos de la National Gallery de Londres. Sus medidas son de 90,7×121,06 cms.

DESCRIPCIÓN DE LA OBRA

El Temerario remolcado a dique seco es una pintura al óleo sobre lienzo que mezcla colores muy vivos con otros más apagados. Es una obra de contrastes, con colores cálidos y oscuros al mismo tiempo. La obra representa el momento en el que el HMS Temeraire, construido en 1798, que había participado en batallas como Trafalgar (1805), es remolcado en 1838 hasta su destino final: el desguace.

En el cuadro aparecen multitud de elementos pero, sin duda, los protagonistas son tres. El primero de ellos, y el más evidente, es el Temerario, que es el elemento más grande que aparece en escena. Enorme buque, navío de línea de tres puentes, 98 cañones y tres palos, uno de los buques insignia de la Royal Navy durante muchos años, héroe de Trafalgar. El segundo es el remolcador, negro, más pequeño y básico, con una chimenea que suelta un hediondo humo oscuro. El tercero es el sol, o la puesta de sol más bien, que ocupa todo el margen derecho del cuadro y se refleja, con un amalgama de intensos colores, en el cielo y el agua. Al fondo podemos ver otros barcos de vela, una boya, una barca y parte de la ciudad. Aunque, evidentemente, estos no son los protagonistas de la obra.

Lo más potente de El Temerario remolcado a dique seco es su simbología, la cual se presta a diferentes lecturas según los expertos.

  • La primera lectura abordaría, como en muchas obras de arte y literatura, el tema de la vejez. Cuando Turner pintó El Temerario remolcado a dique seco tenía la edad de 63 años. Sin ser tampoco un anciano total, en el siglo XIX un varón de más de 60 años era, oficialmente, un anciano. Así pues, el Temerario representaría a Turner y el remolcador a la juventud. Una visión bastante pesimista sobre el futuro y sus generaciones, ya que el Temerario, bello, cuasi perfecto, consecuente y dedicado sería remolcado o sucedido por un barco, de vapor, más efectivo y moderno, pero menos puro. Además, la escena se presenta en un ocaso, símbolo del final, ya sea del día o de la vida. Con esto Turner, quizá, nos decía que su tiempo ya había pasado y que su fin no era más que el cementerio de barcos al que el Temerario era remolcado y donde esperaría hasta su desguace.
  • La segunda sería muy parecida a la primera, aunque no abordaría la vejez sino el fin de una época. El HMS Temeraire fue uno de los buques insignia de la Royal Navy, un precioso navío de línea que fue uno de los símbolos de su época. Ahora, en 1838, se encontraba completamente desfasado y su utilidad era más simbólica que práctica. En esta época, Gran Bretaña, líder de la Revolución Industrial, había dejado la batuta a países como Estados Unidos o Alemania, quienes en poco tiempo superarían con creces los avances del Imperio Británico. Con ello, Turner nos diría que el desguace del Temerario suponía nada más y nada menos que el fin de la hegemonía mundial de los británicos. Una vez más, la puesta de sol también juega un importante papel simbólico en la obra, como el fin de una época.
  • La tercera es más básica y se ceñiría exclusivamente al paisaje. Turner siempre fue un paisajista y, bien es sabido, amaba los barcos, por lo que no es de extrañar que, tras sus largas horas en el puerto de Londres, presenciase la escena del Temerario remolcado y esta le impactase tanto como para inmortalizarla en un lienzo.

COMENTARIO Y ANÁLISIS FORMAL

En El Temerario remolcado a dique seco llama la atención su composición, amén de sus colores por supuesto. Los protagonistas auténticos se encuentran desplazados hacia la izquierda del cuadro; el Temerario y el remolcador. A la izquierda tenemos al otro gran protagonista, el sol y su puesta, la cual está desplazada a la derecha de la obra junto con los edificios y otros elementos en el agua. En el centro absoluto no encontramos nada importante, más que dos veleros de fondo y parte del muelle de la ciudad. Con esto Turner nos deja dos mensajes bastante claros: El primero es que sigue siendo un paisajista, con todo lo que ello conlleva; el segundo es que no hay un protagonista total en la obra, sino tres de ellos con la misma importancia.

Las formas se vuelven a perder siguiendo la estela de El incendio de la Cámara de los Lores y los Comunes, pintado tres años antes. Si bien en El Temerario remolcado a dique seco aún podemos vislumbrar las formas, el escoramiento hacia lo que en un futuro será el Impresionismo es más que evidente. Hablamos de formas suaves y que se diluyen entre ellas como observamos en el propio Temerario, en el cual sus formas se difunden sin lograr unos dibujos claros. Ocurre lo mismo con el remolcador, con los barcos del fondo y con la propia ciudad, sobre todo con esta última.

National Gallery, sala 34, segunda planta.

Los reflejos son recursos constantes en El Temerario remolcado a dique seco y, probablemente, son lo más bello del cuadro. El reflejo del propio Temerario y su remolcador, o de la puesta de sol reflejan perfectamente el gran conocimiento de Turner sobre las marinas y los paisajes. Además, el notable uso de las sombras, claramente pre-impresionistas, dota a la obra de una mayor potencia de cara al espectador.

El uso de colores está lleno de contrastes. Por un lado, la izquierda de la composición vemos colores más fríos, más pasteles y azulados que chocan directamente con la potencia cálida del margen derecho, diluyéndose en el centro con sobresaliente técnica. Gracias a esta mezcla de colores Turner consigue que veamos la escena, que la sintamos a pesar de que no sea una obra realista. Es una escena sobria después de todo, es el funeral del Temerario.

CONTEXTUALIZACIÓN EN LA HISTORIA Y EN LA HISTORIA DEL ARTE

Como hemos apuntado anteriormente, la obra representa la última «singladura» del Temerario, el cual se dirige remolcado hasta su destino final, que es el desguace. Es el fin de una época a todos los niveles; es el fin del propio Temerario, el fin de la navegación a vela, que es la navegación más hermosa y pura, en favor de la tecnología y el motor de vapor, encarnado por el remolcador. Es el fin también de la hegemonía del Imperio Británico, tanto a nivel político, como económico, militar o tecnológico. En la llamada Segunda Revolución Industrial, serían países como Estados Unidos o Alemania quienes la liderasen, dejando a los protagonistas de la primera -Gran Bretaña y Francia- en un segundo plano, y es precisamente 1838 el momento en el que los británicos dejarían, paulatinamente, el testigo tecnológico a Estados Unidos.

Al respecto de la Historia del Arte, toda la obra de Turner, a partir de 1835, es revolucionaria para su época pero, sin duda, El Temerario remolcado a dique seco constituye una de sus obras más icónicas en las que el pre-impresionismo queda muy latente tanto en el color, como las formas o la composición. Esta tendencia alcanzaría su cénit con Lluvia, vapor y velocidad en 1844, del que podemos decir que es ya, claramente, un cuadro impresionista.

BIBLIOGRAFÍA

ARTEHISTORIA. La Temeraire camino del desguace. [Consulta: 26-04-2017] Disponible en: http://www.artehistoria.com/v2/obras/643.htm

BBC NEWS. Turner wins ‘great painting’ vote. [Consulta: 26-04-2017] Disponible en: http://news.bbc.co.uk/2/hi/entertainment/4214824.stm

THE NATIONAL GALLERY. The Fighting Temeraire. [Consulta: 26-04-2017] Disponible en: https://www.nationalgallery.org.uk/paintings/joseph-mallord-william-turner-the-fighting-temeraire

El Museo Romántico y el Museo del Ferrocarril de Madrid.

VAPOR, VELOCIDAD Y ROMANTICISMO.

Si el siglo XIX, su pintura, avances tecnológicos, el contraste visual, así como todo lo relacionado con los albores de la industrialización, son temas que interesan al lector, una velada perfecta en Madrid podría ser la visita conjunta al Museo del Romanticismo y al Museo del Ferrocarril con los que descubriremos iconos indiscutibles de mediados y finales del siglo XIX español, pudiendo así comprender mejor aquel ambiente industrial, obrero y romántico.

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El Museo del Romanticismo se encuentra muy cerca del acomodado y famoso barrio de Salamanca, un lugar donde podemos encontrar numerosas cafeterías y pastelerías para todos los gustos. Nuestra ruta comienza en la calle Fernando VI, donde antes de entrar al museo podremos tomar café o té y algo de pastelería. Giramos y nos adentramos en la calle San Mateo, donde se encuentra el museo.

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La entrada tiene un precio de 3 euros, apta para todos los bolsillos, lo cual es de agradecer pues cada vez más la cultura se muestra inaccesible para muchos. El edificio en el que se encuentra es un pequeño palacio de finales del siglo XVIII que encaja a la perfección con el ambiente del museo. Pasó de manos en manos hasta convertirse en 1927 en el Museo del Romanticismo, fundado por Benigno de la Vega-Inclán, por lo que el propio museo es Historia viva.

El museo tiene varios departamentos y varios equipos dedicados a tareas de investigación, documentación, conservación y restauración o difusión, por lo que su labor cultural se ramifica considerablemente. Además cuenta con una gran cantidad de actividades para todos los públicos.

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Sátira del suicidio romántico por amor de Leonardo Alenza (1839).

En el museo podemos encontrar 1682 piezas, un extenso Archivo Histórico e información no sólo sobre el arte que se dio en la España de mediados del siglo XIX sino también sobre cómo era la sociedad del momento y como influyó este período histórico en las artes. En el museo podremos encontrar pinturas, miniaturas, dibujos, estampas, fotografía, figuras de porcelana e incluso mobiliario. Es preciso señalar algunas obras como Sátira del suicidio romántico (1839) de Leonardo Alenza, Paisaje oriental con ruinas clásicas (1842) de Jenaro Pérez Villamil o Escena en el desierto (1863) de Francisco Lameyer, en cuanto a pintura. Destaca también su completa colección de 250 miniaturas o su colección de fotografía, que nos muestra como era el día a día en la convulsa España del XIX.

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Al salir del museo cogemos la línea de metro 1 en Tribunal nos apeamos en Sol, donde cogeremos la línea 3 que nos llevará directamente al Museo del Ferrocarril situado en el Paseo de las Delicias. Lo primero que nos llama la atención de este museo es que está ubicado en una antigua estación de trenes, algo que le viene que ni pintado, concretamente la Estación de Delicias, inaugurada en 1880 y clausurada en 1969, lo cual nos trasladará instantáneamente a aquellas románticas estaciones de trenes de finales del XIX. Tiene un precio de 6 euros, con tarifas reducidas para niños, estudiantes o jubilados.

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El museo es un auténtico recorrido cronológico por la Historia del ferrocarril en España. Entre sus objetivos se encuentran el estudio y difusión del patrimonio ferroviario español así como su conservación. Actualmente cuenta con 4800 piezas, entre las que se encuentran locomotoras, vagones, decoración, maquinaría, uniformes, elementos de las estaciones de la época… así como una impresionante colección de maquetas.

En su exposición permanente encontramos cuatro vías donde se ubican trenes de vapor, diésel y eléctricos, así como una colección de vagones que nos muestran como era el día a día para los pasajeros de la época. Aparte encontramos una sala de relojes, otra de maquetas que merece la pena visitar -sobre todo para los más pequeños-, una de infraestructura y el interesante enclavamiento hidráulico de Algodor, desde donde se controlaba el acceso y la salida de las locomotoras. Aparte de sus locomotoras y elementos de la época, el museo cuenta con un extenso Archivo Histórico y una Biblioteca.

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El museo destaca también por sus exposiciones itinerantes, las cuales nos muestran como era el día a día en el siglo XIX español, así como por sus actividades didácticas, ideales para los más pequeños.

Si tenemos tiempo, y queremos llevar nuestro día romántico más allá, podemos coger el Tren de la Fresa, un clásico, que llega hasta Aranjuez, emulando así el recorrido del primer ferrocarril de la Comunidad de Madrid y el segundo de la Península tras Barcelona-Mataró.

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Al terminar nuestra jornada cultural en el Museo del Ferrocarril podemos pasarnos por Casa Pedro, en la calle Tomás Bretón, donde podremos disfrutar de la magnífica cocina castellana, poniendo punto y final a la particular ruta por la Historia de Madrid.

Y es que Turner no se equivocó al pintar Lluvia, vapor y velocidad en 1844. Los trenes y el espíritu del romanticismo están íntimamente ligados.